Las perspectivas de agravamiento acelerado del caos climático básicamente nos abocan a algún tipo de guerra civil mundial. Los dos bandos en lucha serán, por un lado, quienes creen que el caos climático es real y peligroso y están dispuestos a hacer los sacrificios necesarios, y por el otro, quienes no se lo creen o no están dispuestos a sacrificar lo que tienen. Podríamos denominarlos decrecentistas vs. supremacistas, o simplemente solidarios frente a egoístas.
Dado que se ha comprobado sociológicamente que una gran parte de los habitantes de las sociedades modernas estaría dispuesta a joder a los demás, siempre y cuando obtuvieran un beneficio personal y no tuvieran que pagar por ello, y que parece asegurado que habrá gobiernos dispuestos a joder a las poblaciones de otros países en nombre de sus ciudadanos y por supuesto eximirlos de cualquier castigo por dicho asesinato del otro invisible y lejano… las cosas no pintan nada bien para el bando dispuesto al sacrificio de sus cotas de bienestar. Al menos, este bando puede contar con un aliado cuyo número de dejará de aumentar año tras año: el de aquellas personas que ya no tienen nada que perder, porque el caos climático se lo ha quitado todo, el bando de las víctimas directas del caos climático. También es previsible que dentro del otro bando, aquellos que por incredulidad, negacionismo o pensamiento conspiranoide combatan a los dispuestos a acciones radicales de reducción del consumo y de reparto justo de los recursos, con el paso del tiempo y lo innegable del deterioro climático, acaben desertando y pasándose al bando solidario.
Con todo, lo más trágico de esta guerra es que si el bando egoísta derrota al solidario, en realidad tampoco podrá ganar, pues acabará uniéndose, más pronto que tarde y muy a su pesar, a las filas de las víctimas de un caos climático que, entonces, ya será imparable y apocalíptico.