//

Los viejos en la vanguardia y los reparos de los jóvenes progresivistas

Jorge Riechmann y Emilio Santiago en un vídeo de Pedro Gata publicado por Voces de Pradillo.
Jorge Riechmann y Emilio Santiago en un vídeo de Pedro Gata publicado por Voces de Pradillo en 2016.
Volvía a leer hace poco que Emilio Santiago Muíño había calificado las propuestas de Jorge Riechmann de una simbioética o cultura gaiana como demasiado «vanguardistas».

Al respecto nos dice Riechmann: «la diferencia con respecto al modelo secuencial, por etapas, de Emilio, es que él piensa que disponemos de un margen de acción dentro del sistema que yo creo ya no está a nuestro alcance.»

A esto le llamaba yo en mi libro de La izquierda ante el colapso de la civilización industrial, la estrategia progresiva, que también podríamos denominar paulatinista, o simplemente reformista. Allí la contraponía a otras, como las que prefiero yo, las estrategias francas:

eso constituye un error de cálculo de resultados potencialmente devastadores. Un gobierno de izquierdas que optase por demorar, por el motivo que fuese, la aplicación de medidas del tipo que venimos reclamando, estaría condenando a millones de personas a un grave sufrimiento innecesario. Por temor a asustar el electorado podemos acabar matando, por inacción, a parte del mismo. O susto o muerte, si se me permite el macabro chiste. La consciencia de la urgencia que se deriva de un colapso inminente —en términos históricos— es fundamental para optar por una estrategia correcta. No basta con saber que nos dirigimos hacia un muro infranqueable, sino que debemos saber medir la velocidad y el espacio hasta el impacto.

Entonces, el debate Decrecimiento vs. Green New Deal, ahora disfrazado por algunos de sus defensores españoles como Colapsismo vs. Green New Deal, consiste en realidad en un pugna entre la estrategia franca y la progresiva (esta última aderezada con bastantes dosis también de la estrategia hipócrita), según aquella taxonomía que esbocé hace ya casi una década. Estamos, pues, confrontando franqueza con disimulo, radicalidad con reformismo, acción con demora.

En cualquier caso lo que quería resaltar aquí es lo chocante que resulta que sean, según esto, los más atrevidos, los que están más a la vanguardia, los más radicales, los viejos como Riechmann, Ferran Puig Vilar o Carlos de Castro (por mencionar tres de los pensadores más destacados que apuntan hacia esa revolución gaiana), y que sean los jóvenes como Emilio Santiago Muíño, Héctor Tejero y otros de sus compañeros quienes más reticencias muestras ante esa radicalidad, incluso enfrentándose a ella con vehemencia que llega en ocasiones al desprecio y al insulto. Y me perdonarán todos ellos la hipérbole provocadora, pues ni son ya tan jóvenes los progresivistas greenewdealers ni nuestros queridos gaianos tan viejos. ¿No se supone que la radicalidad es propia de la juventud? ¡Cuántas paradojas nos depara este momento único de nuestra historia!

PS: Hay otro aspecto que sobresale de la afirmación de Emilio sobre los planteamientos de Jorge. ¿Demasiado vanguardista según qué vara de medir? Si lo que nos dice que es «demasiado» es lo que pensamos que la gente aceptaría, igual deberíamos pensar si esa es la vara adecuada para una situación tan crítica con la que vivismos. Quizás deberíamos medir las propuestas con la vara de la efectividad: ¿son esas medidas las que necesitamos? Si no, podemos acabar como Groucho Marx, diciendo: «Señoras y señores, estas son las medidas que tenemos que adoptar para no extinguirnos. Pero, bueno, si no les gustan, tenemos otras». Se preguntaban retóricamente Tejero y Santiago en su libro-manifiesto por un GND errejonista (permítaseme ese adjetivo ya que lo prologó Íñigo Errejón y ambos militan en su partido) «¿qué hacer en caso de incendio?». Entonces si alguien gritase: «¡corramos hacia la escalera de incendios!» imagino a los progresivistas juzgando que esa respuesta no les vale porque es demasiado «vanguardista» y proponiendo dar la mala noticia por etapas mientras vamos buscando por ahí algún balde con agua…

Manuel Casal Lodeiro, Barakaldo (1970). Escritor, divulgador, activista, aprendiz de labrador y de padre.

1 Comment

  1. Discusiones estériles.

    El desastre puede producirse en cualquier momento.
    Basta con que un calor muy intenso y/o sequía hagan perder una cosecha importante, o que cambie la corriente termohalina, para que cientos o miles de millones que viven hacinados en ciudades no tengan qué comer y se dispare el caos.
    Mientras tanto discuten si es mejor ser jipi o vegan posmo.

    La única esperanza de frenar algo -bastante improbable a esta altura- es reducir drásticamente la población lo más rápidamente posible.
    Cada minuto que transcurre sin hacerlo aumenta el riesgo de un desastre total o, eventualmente, de que alguna pequeña élite de poder clandestino realice alguna maniobra de exterminio masivo para salvar a la especie.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Lo último de Colapso

Futuro feudal

Cada vez veo más seguro un futuro en el que los nietos de quienes abandonaron el

Progresismo

Cuando alguien está al borde de un precicipio, lo que tiene que hacer es...