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¿Cómo saber lo que es el colapsismo si no sabemos ni lo que es el colapso?

Jorge Riechmann & Emilio Santiago.Copio, encadenando texto principal y nota al pie, de un reciente artículo de Jorge Riechmann, donde viene a señalar alguna de las más gruesas incongruencias que hay detrás del anti-colapsismo representado por Emilio Santiago, Héctor Tejero y otros afines al Green New Deal y al errejonismo, pies de barro de toda una construcción ideológica y comunicativa creada para atacar a los decrecentistas que yo me cansé de señalar cuando intentaba micro-debatir con ellos en mis tiempos de Twitter:

Probablemente Emilio no quería escribir “colapso ecológico” sino “colapso ecosocial” o “colapso social”, pero se le fue la mano. En otros momentos, Emilio define el “colapsismo” como “la creencia en que el colapso de la civilización es un destino seguro o altamente probable” (“Un ecologismo sin tentaciones colapsistas”, La Opinión/ El Correo de Zamora, 15 de abril de 2023), de manera que parece claro que estamos hablando de un colapso social. Pero de repente ¡colapso ecológico! Inexplicables mutaciones…

Mas todo se aclara un poco cuando en el capítulo segundo redefine, de forma totalmente idiosincrásica, el colapso como Estado fallido. Mientras aguante el Estado, ¡prohibido hablar de colapso!

Esta singular definición de colapso ha dado lugar a muchas críticas, como cabe suponer. Reproduzco una de las menos conocidas (porque no prestamos demasiada atención a lo que viene de fuera de los circuitos intelectuales y académicos ya autovalidados por esos mismos circuitos):

A lo que puede llevar el colapso en muchos países (los más desarrollados), al menos en las etapas iniciales, es a lo contrario de un Estado fallido, esto es, a aumentar el papel del Estado burgués como columna vertebral para ralentizar la desvertebración de las sociedades capitalistas, y para llevarnos a ‘soluciones’ ecofascistas. Que pasan por una orientación de la economía desde el Estado hacia la economía de guerra, por un mayor control-represión social (policial, luego estatal), y el militarismo belicista, expoliador y genocida (el ejército, gobernando directamente –dictadura militar- o bajo un gobierno civil, es finalmente el núcleo duro de un Estado, de una dominación de clase), aunque esto suponga una enorme sobrecarga social (retraer muchos recursos de lo que sería cubrir verdaderas necesidades sociales…) como ya hemos visto en muchos casos de economía de guerra (“más cañones, menos mantequilla”). Que desde nuestro punto de vista sea irracional no quiere decir que no sea lógico desde la dinámica de lucha desesperada del capitalismo y sus Estados por su perpetuación, aunque sea a costa del suicidio de la Humanidad. Un capitalismo débil puede precisar de un Estado fuerte, como lo demostraron las experiencias de capitalismo de Estado, también en su forma más acabada como la URSS. El Estado burgués puede colapsar sobre todo por su faceta social (el llamado Estado social o de bienestar), por los servicios públicos de sanidad, educación, dependencia, pensiones… pero se cuidarán de preservar en todo lo posible su faceta represiva y militar, de apoyo al sistema social y su clase dominante, lo que de siempre ha sido la esencia del Estado, aunque no fuese el moderno, sino el de los imperios antiguos. Por tanto, aunque el colapso sí puede llevar a Estados fallidos (un término bastante laxo y propuesto desde una perspectiva conservadora burguesa) sobre todo en países pobres, no puede confundirse con eso, y menos a escala mundial, donde la pervivencia de algunos Estados fuertes no invalidará en nada la existencia del colapso, sino que sus características serán un indicador claro del colapso mundial y nacional.

Aurora Despierta, “Green New Deal y colapso. Santiago y Riechmann”, Kaos en la Red, 14 de noviembre de 2022

Si no nos ponemos de acuerdo en qué es el colapso exactamente y de cuál de todos los colapsos posibles hablamos, ¿cómo vamos a ponernos de acuerdo en qué es y qué pasa con eso que llaman «colapsismo» y que supuestamente promueven la revista 15/15\15 o el grupo Petrocenitales y representan pensadores, divulgadores e investigadores como el propio Riechmann, Pedro Prieto, Antonio Turiel, Carlos de Castro, Marga Mediavilla, Alicia Valero, Luis González Reyes, Carlos Taibo o yo mismo? Es un debate imposible e indigno de quien pretenda hacer ciencia social mínimamente seria o simplemente tener un diálogo mínimamente honesto y constructivo. O nos ponemos de acuerdo en de qué demonios estamos hablando o no llegaremos a ningún sitio.

Por cierto, también existen especialistas que comparten análisis sobre el colapso con los aquí citados, en otros países, pero allí nadie usa el término collapsism/collapsists. En Francia se utiliza con frecuencia el de collapsologie (extendiéndose ya a otras lenguas), pero con un significado claro de disciplina que estudia los colapsos civilizacionales, no como una supuesta ideología, tal como proclaman los greennewdealers, o incluso «una secta» (Héctor Tejero dixit).

Dice más adelante Riechmann: «En más de un momento a lo largo del libro el lector se pregunta: pero ¿qué autor o autora de los heterodefinidos como “colapsistas” en nuestro país encaja en el tipo ideal de colapsista que traza Emilio?» Esa es una pregunta que yo mismo le lancé en varias ocasiones a Emilio sin respuesta satisfactoria. Es decir, los colapsistas que ellos pintan no existen (al menos no por estos lares, que conozcamos nosotros), son un hombre de paja de libro, puesto que ninguno de los que somos así etiquetados nos reconocemos en la propia etiqueta o al menos no en el significado que ellos se supone que dan (eso, quien logra aclararse con el tipo de colapso del que están hablando). ¡Curiosa ideología esta en la que no se reconocen ni sus propios (supuestos) defensores!

Manuel Casal Lodeiro, Barakaldo (1970). Escritor, divulgador, activista, aprendiz de labrador y de padre.

1 Comment

  1. Existen dos maneras modernas de desprestigiar, censurar, esconder, camuflar una idea, la una consiste en cambiarle el nombre: «asesinato» -> «efecto colateral», la otra consiste en apropiarse del nombre y rellanarlo con cosas vacías e inútiles, por ejemplo, el programa «COL·LAPSE» de la televisión de Catalunya TV3.

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