Me comentaba recientemente una amiga que en las décadas pasadas no había conspiranoia, sorprendida por el auge actual de este concepto. Pero no es cierto: quienes vivimos nuestra juventud en los años 80 y 90 recordaremos que ya entonces existía una notable presencia de las teorías conspiranoicas, que la disponibilidad de redes de comunicación como Internet y la ubicuidad de los smartphones tan sólo ha multiplicado, ha permitido extender como una pandemia sociocultural, como un fenómeno de masas que incluso está teniendo una influencia política importante (base fijarse en la cantidad de creyentes en el delirio QAnon que tomaron parte en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021). Pero el pensamiento paranoide relacionado con supuestas conspiraciones es muy antiguo, al menos tanto como la civilización industrial. Baste recordar todas las teorías conspirativas en torno a la muerte de personajes famosos como JFK o el Papa Juan Pablo I, las historias sobre los Illuminati y otras vinculadas con la ufología más delirante, aunque nos podríamos remontar más atrás y encontrarnos, v.g., con conspiraciones judeomasónicas, con obvia difusión interesada por parte de los fascismos, pero que hunden sus raíces en los pogromos medievales, y toda una triste colección de mitos y leyendas, a cada cual más truculentas, sobre pueblos como el judío o el roma (gitano).
Parece claro que cierto tipo de afinidad psicológica del ser humano con el pensamiento mítico, unida a nuestra tendencia neurológica percibir la realidad según patrones (por eso creemos ver figuras en las nubes, por ejemplo) nos hace proclives a crear y creer en este tipo de explicaciones de realidades complejas o al menos confusas. Con todo, la aceleración de la complejidad del mundo y de las sociedades que vino de la mano de la industrialización lo ha exacerbado hasta grados inimaginables, y hoy la conspiranoia parece responder a un intento de una psique humana por comprender una realidad cada vez más compleja. Cierto es que algunas mentes y algunas culturas son capaces de utilizar la intuición o el conocimiento científico para interpretar la hipercomplejidad de un modo holístico y sistémico, capaz incluso de entender los crecimientos exponenciales y las complejas retroalimentaciones en un hipercomplejizado sistema-mundo. Pero creo que resulta plausible sospechar que una buena parte de las poblaciones tiendan a usar otro tipo de marcos mentales más simplistas, anclados en las explicaciones de tipo conspirativo, en un fallido intento por darle un sentido a un mundo cada vez más difícil de entender.
Aun así, existe un par de factores cruciales adiciones para comprender el auge del conspiracionismo en estos tiempos que corren. Uno es el hecho de que la complejidad de la civilización industrial está regida de manera opaca por intereses económicos. Es decir, una sociedad compleja pero no capitalista no sería un caldo de cultivo tan idóneo para este tipo de explicaciones paranoicas de la realidad social. Por desgracia, vivimos en un mundo donde las conspiraciones de los poderes económicos para influir sobre la legislación o la acción de todos los gobiernos existen realmente, y la gente es consciente de ello. Y, por otro lado, inseparable de esto, el descrédito tanto de gobernantes como de medios de comunicación por su connivencia con los poderes económicos y las mentiras que trasmiten una y otra vez acaban calando en la mente social, promoviendo la paranoia. Cuando te mienten tantas veces, es perfectamente lógico disparar la sobrerreacción inmunitaria mental de creer que te pueden estar mintiendo todo el tempo.