Tras leer el artículo «Por un socialismo dentro de los límites planetarios» publicado recientemente por el ministro Garzón en la revista de Izquierda Unida, quisiera compartir públicamente algunas reflexiones que inicialmente envié a la lista de correo del grupo Petrocenitales. Eso sí, debo advertir antes de nada, de que no he tenido ocasión de leer la obra de la que habla Garzón. No obstante, creo poder fiarme de la interpretación que nos trasmite, para emitir algunas valoraciones tanto del texto como de la recepción que de él hace el secretario general de IU, y flamante primer ministro decrecentista del Reino de España.
I
En consecuencia, queda claro que estamos atravesando una doble crisis, de cambio climático y pérdida de biodiversidad y que ambas están estrechamente interrelacionadas y ponen en riesgo la vida tanto de las presentes como de las futuras generaciones de seres humanos. La cuestión es: ¿y ahora qué?
Llama mucho la atención que el declive energético no figure en ese gran escenario. El escenario correcto debería ser descrito como triple: caos climático + destrucción de especies/ecosistemas + declive energético/material. Podría admitir que lo llamemos «doble», pero sólo si integramos caos climático + pérdida de bioversidad = colapso ecológico; y aun así, nos faltaría el escenario de la Gran Escasez (energético-material).
Me pregunto si el ministro sufre aquí precisamente de «visión de túnel ecológica», por usar la misma expresión que él toma de los autores de Half-Earth Socialism. Considero que no la sufre en otros de sus escritos y reflexiones recientes, y por tanto me choca la ausencia de este factor de enorme relevancia en su caracterización de la multicrisis.
II
En su libro The Human Planet: how we created the Anthropocene (2018), Simon L. Lewis y Mark. A. Maslin plantean que la crisis abierta por la intervención del ser humano en el sistema Tierra abre solo tres posibles futuros. El primero sería cierta continuación de las prácticas actuales del modo de vida capitalista gracias a innovaciones tecnológicas que permitan evitar el colapso. El segundo sería el colapso en sí mismo, definido como una significativa pérdida de complejidad social, y que sería a su vez consecuencia inmediata de la crisis ecológica. El tercero sería un nuevo modo de vida que reemplazara al modo de vida capitalista y que modificara de manera notable la relación seres humanos-naturaleza, permitiendo así mantener y reproducir la enorme red de culturas que existen actualmente.
El primer escenario es irreal: simplemente, porque tecnología no es energía. Pero si el libro sufre de ceguera en torno a la cuestión energética (como apuntaba en el punto anterior) no sería de extrañar que diesen ese escenario como plausible. Lo preocupante, una vez más, es que no lo niegue Garzón. «Si el desarrollo tecnológico nos ha proporcionado dos siglos de incrementos de productividad» dice, cayendo en el típico error de la izquierda de que es la tecnología la que proporciona por sí misma los aumentos de productividad, cuando la realidad física es otra: esa productividad es una traducción económica de una TRE elevadísima. La tecnología tan sólo facilita su explotación, pero es a su vez dependiente para su desarrollo, de dicha TRE, de cantidades enormes de energía y materiales y de la existencia de una sociedad hipercompleja (que se ha hecho compleja a base de chutarse petróleo durante décadas) que permite un desarrollo de un sistema tecnocientífico impresionante. Me sorprende que Garzón se mantenga, aparentemente, en ese clásico error de las izquierdas inconscientes de la cuestión metabólica. Me pregunto si se llegó a leer el apartado de La izquierda ante el colapso de la civilización industrial donde abordo ese tema, u otros textos que analizan en profundidad y con rigor científico la relación productividad/tecnología/energía.
El segundo escenario que menciona, es básicamente la definición de colapso que, siguiendo a Joseph Tainter, utilizamos no pocas personas en el ámbito de la colapsología y la concienciación social entorno al colapso civilizacional. Aquí me llama poderosamente la atención ver que Emilio Santiago Muíño, que tantas veces nos ha criticado por usar esa definición de colapso, parece aceptarla, al menos tácitamente en sus tuits difundiendo el artículo de Garzón… imagino que porque en esta ocasión ese recurso a la definición de Tainter de colapso no viene de nosotros sino de un respetado ministro. Al menos yo no he visto que lo haya desacreditado o denunciado como «definición políticamente inoperante» o cosa parecida, que es como suele desacreditarnos a otras personas cuando empleamos la palabra colapso tal y como la ha definido nuestro afamado ministro decrecentista.
Y el tercer escenario, pues… ¡qué decir! Creo que es en el que coincidimos muchísima gente.
III
Sin haber leído el libro que está reseñando Garzón —insisto en aclararlo— la conclusión que saco de lo que nos cuenta es que no se sostiene la apuesta que hacen sus autores, principalmente por los siguientes motivos:
- Ignora la escasez de energía y recursos y apuesta por un ciber-socialismo (centralizado, para más inri), que como todo lo digital depende absolutamente de una electricidad abundante y unos recursos minerales para todos los dispositivos TIC que sin duda implicaría. Aunque esto del cibersocialismo pudo ser sin duda una magnífica idea en los tiempos de Allende (¡cómo me alegra que se rescate del olvido aquella iniciativa del prometedor proyecto CyberSyn!), ahora, medio siglo después, ya es demasiado tarde. Me temo que tendremos demasiadas necesidades básicas que atender en un futuro de escasez energético-material como para dedicar la escasa electricidad renovable que logremos mantener a este tipo de sueños de comunismo basado en las TIC.
- Ignora la cuestión demográfica, como si el hecho de que no sea la única variable equivaliese a que no es una variable. Tristemente, esta es una manera demasiado habitual entre la gente de izquierda y del ecologismo de quitarse de un plumazo el incómodo problema demográfico de encima. Y, por tanto, los autores parten de que con 1/2 planeta se puede alimentar al mismo número de seres humanos que con un planeta entero, lo cual implicaría grosso modo… ¡duplicar la productividad de la tierra que siguiésemos cultivando! …y, encima, hacerlo sin los fertilizantes de síntesis que han ampliado de manera artificial y disparatada la capacidad de carga del planeta Tierra para sostener humanos (capacidad de carga fantasma la llamaba William Catton), de manera temporal, por supuesto, y al grave precio de destruir buena parte de la capacidad de carga real. Por desgracia, la versión en inglés de mi pequeño ensayo sobre la cuestión, Nosotros, los detritívoros, sigue sin tener editorial que lo publique en dicha lengua, y así es difícil que lo conozcan.
- Para empeorar la inviabilidad de su apuesta ellos incluyen en la ecuación los biocombustibles, que sabemos tienen una TRE<1 y que ¡compiten por la tierra! O sea, que reduciría aún más la tierra disponible para alimentar esa masa de seres humanos cuya mitad de átomos de nitrógeno está en sus cuerpos gracias al gas fósil.
- Tampoco tienen en cuenta que el caos climático y otros aspectos de la pérdida de diversidad acelerada que hemos provocado, reducirán la viabilidad de la agricultura en el medio-largo plazo. Y si tenemos que depender más de la recolección de frutos de plantas perennes, en una inversión progresiva de la Revolución Neolítica (básicamente cerealística y totalmente dependediente de una gran estabilidad climática) en nuestra manera principal de alimentarnos, eso implicará que necesitaremos reducir nuestro número y, desde luego, no reducir nuestro espacio de abastecimiento, sino seguramente ampliarlo aún más.
Por lo demás, hay muchas cosas que comparto del artículo de Garzón, principalmente cuando expresa su propia visión y no se limita a trasmitir la de los autores. En cuanto a su valoración acerca de una opinión de Emilio Santiago Muíño, ni siquiera puedo decir si estoy de acuerdo o no, porque después de tanto tiempo sigo sin saber de qué habla exactamente mi paisano cuando habla de «discurso colapsista», y me pregunto, incluso, si realmente lo sabe el ministro cuando le cita.