Se quejan indignados los gobiernos de la UE de que Putin utiliza la energía como «arma de guerra». Pero me temo que en realidad nos hemos metido nosotros solitos en este lío, y más bien esas quejas son las del yonqui que, después de enfadarse con su camello, se hace la víctima porque no le quiere seguir proporcionando droga.
¿Quién nos mandó meternos como sociedades en la trampa de depender de energías que no solo no eran nuestras sino que, más grave aun, eran finitas? Si no era un embargo árabe, eran las condiciones inasumibles de un autócrata. Primero vendemos nuestros angelicales valores europeos por un chute diario de energía de la dictadura saudita, luego por unas tierras raras de la dictadura china imprescindibles para las mal llamadas renovables, y ahora nos vemos en una situación muy precaria y peligrosa por la respuesta del autócrata ruso a nuestra actitud ante su invasión de Ucrania. Pero es que tarde o temprano esto le pasa a toda sociedad que depende de otras para un recurso vital. No hay mucha diferencia entre el chantaje ruso a Europa para proporcionar gas natural y la extorsión del FMI a los países del Sur para proporcionar dinero.
Quien depende, se expone, se hace vulnerable. Así que la respuesta ante estas situaciones debería ser una profunda autocrítica del camino recorrido durante la industrialización basada en la energía fósil, junto con una desintoxicación en toda regla, más que echar todas las culpas a nuestro camello habitual.