Se quejan indignados los gobiernos de la UE de que Putin utiliza la energía como «arma de guerra». Pero me temo que en realidad nos hemos metido nosotros solitos en este lío, y más bien esas quejas son las del yonqui que, después de enfadarse con su camello, se hace la víctima porque no le quiere seguir proporcionando droga.
Quien depende, se expone, se hace vulnerable. Así que la respuesta ante estas situaciones debería ser una profunda autocrítica del camino recorrido durante la industrialización basada en la energía fósil, junto con una desintoxicación en toda regla, más que echar todas las culpas a nuestro camello habitual.