Todas las anteriores transiciones energéticas realizadas por las sociedades humanas fueron transiciones realizadas mediante acumulación, mediante la suma de una nueva fuente energética a la fuente principal anterior, hasta que llegaron a un punto en el cual la nueva fuente superó a la anterior. Así, el consumo de carbón se sumó al de biomasa, que no descendió significativamente, y el de petróleo, se sumó al de carbón, que siguió aumentando.
Por contra, en la transición energética que se supone que estamos realizando ahora, no deberíamos acumular (ni podríamos) sino sustituir las fuentes fósiles y nuclear (no renovables) por fuentes de origen renovable. Es decir, por primera vez no sería una transición por acumulación sino una transición por sustitución. De hecho, no podría ser de acumulación porque la energía fósil ya está entrando en declive: primero lo ha hecho el petróleo, pronto vendrá el carbón y posteriormente el gas natural, que acompañarán al uranio, también en declive. Y por otro lado, no convendría que lo fuera, puesto que debemos detener ya la quema de combustibles fósiles si queremos sobrevivir al caos climático que la sociedad industrial ha puesto en marcha con su quema.