Se ha argüido repetidamente en contra de la propuesta sociopolítica del Decrecimiento que la mayoría de la población no estaría dispuesta a rebajar su nivel de consumo, a empobrecerse (materialmente), de manera voluntaria. Si dejamos de lado el hecho de que ese argumento no tiene un claro soporte sociológico, y que de hecho existen estudios basados en encuestas realizadas en países como España o Francia que apuntan a lo contrario, bastaría tener una mínima confianza en la priorización que habitualmente las personas con hijos realizan del bienestar de estos con respecto al propio, para comprender que la base de dicha aceptación residiría en primera instancia en una consistente comprensión social de que decrecer ahora nosotros servirá para facilitarles la vida en el futuro a nuestra descendencia, y que, al contrario, continuar con nuestro sobreconsumo sólo complicará la vida de nuestros hijos y nietas.
Pero existe otro factor sociológico fundamental que se suele dejar de lado en este tipo de debates. Tal como nos han mostrado la sociología y la antropología al abordar el problema de la equidad, lo que en realidad lleva mal la gente no es tanto el empobrecimiento en sí mismo, sino el empobrecimiento relativo. Es decir, que podemos soportar ser más pobres (decrecer, por tanto, en posibilidad de consumo material) siempre y cuando todos seamos más pobres. Lo duro no es tener menos, sino menos que el vecino.
Este dato nos lleva a la necesidad de reflexionar acerca de cómo el Decrecimiento obliga, por una mera cuestión de aceptabilidad de sus aplicaciones prácticas, a una reformulación del sistema socioeconómico no sólo en su escala metabólica, sino también internamente, en su grado de desigualidad. No entraré aquí a discutir si esto implica que el Decrecimiento debe por tanto conllevar un sistema ecosocialista o ecoanarquista donde no exista la propiedad privada, o si basta con establecer unos fuertes límites a los salarios, a las ganancias empresariales combinado con la imposición de un uso social de la propiedad de los medios de producción (por ejemplo la tierra), sin anularla completamente.
A donde sí me parece necesario llevar esta reflexión es más allá de un nivel intranacional. Imaginemos que un país opta por un Decrecimiento Justo de tipo ecosocialista y que su convencida población se empobrece de una manera equitativa, que aprenden a vivir con menos y que lo aceptan porque todos, dentro del país, han visto reducida su capacidad de consumo de una manera más o menos similar, o han llegado todos a alcanzar unos niveles similares, con un índice de Gini muy bajo. Aun así, seguirían viendo a los países de su entorno con un consumo elevado, y una notable percepción de injusticia permenecería, aunque trasladada en este caso al plano internacional. Sería del todo previsible que estos países competidores o incluso aliados se beneficiasen del consumo de recursos y energía liberados por el país abandonase la carrera suicida por el crecimiento infinito, en lugar de participar en un reparto justo de esos recursos no consumidos, con países que lo necesitasen más para alcanzar un nivel de vida digno (no está de más recordar aquí que el Decrecimiento demanda decrecer en los países enriquecidos para que los empobrecidos puedan crecer lo necesario hasta alcanzar un nivel de vida suficiente). Incluso no sería descabellado pensar que algunos de estos países competidores (por los recursos y por la riqueza global) promoviese de manera activa y más o menos oculta el giro al Decrecimiento de cuantos más países mejor, para así disponer de más recursos para sí. Esto nos lleva a concluir que, como decía Trotsky del socialismo, el Decrecimiento hay que hacerlo a nivel internacional para que funcione. Ambos conceptos se ven unidos en aquello del «reparto equitativo de la pobreza» o «de la escasez», que paradójicamente ha sido la definición dada para el socialismo tanto por personajes de la derecha que pretendían atacarlo desde posiciones crecentistas como de ecosocialistas conscientes de los límites.
Esto no quiere decir que sólo pueda funcionar así, porque cabría pensar que este supuesto país pionero del Decrecimiento acabaría por ser más resiliente a largo plazo y el uso de más recursos por parte de otros países ricos acabaría causándoles una mayor caída en el largo plazo (recordemos medidas sectoriales decrecentistas como el Protocolo de Uppsala, donde aunque sólo la firmase un sólo país, lo beneficiaría). Pero es un escenario que no debemos de perder de vista quienes apostamos por el Decrecimiento como la mejor vía —probablemente— la única, para afrontar tanto el caos climático como el declive energético.
The late Pentti Linkola said almost the same, but since he wasn’t encumbered by Latin romanticism he could clearly see that any viable solution would include a dramatic curtail of the human population.
Sustainable poverty will be imposed upon us all top-down – by Nature itself – in one fell swoop.
Pentti Linkola dijo casi lo mismo, pero como no estaba entorpecido con el romanticismo latino, podría ver claramente que cualquier solución viable incluiría una reducción dramática de la población humana.
La pobreza sostenible se le impondrá a todos de arriba hacia abajo, por la Naturaleza, en un solo golpe.
(translation by Google Translate)