En nuestras sociedades de la exuberancia y la tecnomagia estamos tan acostumbrados a confundir deseos y posibilidades, pensando —creyendo con fe inquebrantable— que todo lo que deseamos es factible, que cuando alguien objeta a esta fe señalando los límites de lo posible, se tiende a acusarlo de desear la existencia de dichos límites y sus consecuencias.
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