En la época que estamos dejando ya atrás el medio habitual con el que nuestros padres trataban de asegurarnos un futuro era darnos estudios. A partir de ahora quizás toque cambiar de estrategia e intentar asegurarles a nuestras hijas e hijos un pedazo de tierra cultivable donde poder subsistir.
(Y paradójicamente quienes más se han esforzado por proporcionar la vía de los estudios, ahora en vías de anulación, eran aquellas madres y padres sin estudios que precisamente provenían del campo y de la agricultura.)

Un síntoma clave de decadencia social y moral es lo poco que pensamos en nuestros hijos, lo que es un síntoma de decadencia. Hace ya algún tiempo, incluyendo durtante franquismo, los padres provenientes del campo o de la industria se esforzaron lo indecible por dar estudios a los hijos, porque tuvieran mejor vida que ellos, con más posibilidades y más libertad. Hoy el desencanto y la desesperanza son abrumadores, y parace que solo quedan nuestros mezquinos intereses para el ahora mismo. ¿Dónde queda aquel movimiento obrero que luchaba por poder disponer de tiempo de calidad? Tiempo libre, por supuesto, pero ante todo tiempo, por un lado, seguro, libre de proocupaciones y ansiedad por lo inmediato al disponer de los mínimos vitales sin agobiarse por el mañana o el hoy, y tiempo de calidad y plenitud, con las tres cosas que aún hoy habría de ser prioritaria: para el cultivo de la amistad, para el contacto como la naturaleza y para el acceso a la cultura (no cualquier cultura, sino la mejor, las mejores creaciones humanas en ciencias, artes -estéticas y sobre la relación con las cosas-, filosofía o literatura) que se han ido acrisolando a lo largo del tiempo como las bases sobre las que afrontar los retos a la humanidad (y no por supuesto la cultura-propaganda, casi siempre mediocre y bien pagada, que a menudo la izquierda ha promocionado como medio de hegemonía partidaria, de dominio ideológico y material sobre las personas y el planeta). La perdición de la clase obrera, y de la humanidad al cabo, ha sido olvidar todo esto para reivindicar principalmente derechos económicos para acceder al consumo (por ejemplo esta es la verdadera «cultura» de la transición), cediendo a toda prisa estabilidad, y posibilidad relaciones plenas: de amistad y solidaridad, con la cultura y con la naturaleza, siempre mediadas y pervertidas por el consumo, por la búsqueda de privilegios, por el dominio y la posesión. Evidentemente, la degradación de los valores éticos, científicos y ecológicos han conllevado el olvido de la infancia (su centralidad, como las de las generaciones futuras y su conexión con las pasadas, es necesaria en cualquier sociedad sana), su derecho a acceder a la amistad, a la mejor cultura y a la naturaleza. Por el contrario hoy les dejamos sin posibilidad de conocer la verdad, la belleza y la bondad, huérfanos como están de la tradición (no una tradición impuesta sino una dialogada, que permita el discernimiento, aprendiendo de lo negativo y extrayendo las perlas de sabiduría) y sin perspectivas de futuro, al menos en occidente, y particularmente en este país.
Muchísimas gracias, David, por este aporte tan valioso. Sin duda la clase obrera se ha convertido en algo muy preocupante, un caldo de cultivo del fascismo, como ya supo ver Pier Paolo Passolini hace casi medio siglo. Por eso la celebración del 1º de Mayo me causa unas sensaciones de desasosiego cada año mayores.