Cuando nos dicen que para tal año nuestras economías funcionarán sólo con energía renovable nos están diciendo que ese año habrá muerto, al fin, el modelo socioeconómico que llamamos capitalismo.
Cuando sólo tengamos X GW·h disponibles al año, tendremos que decidir, como sociedades —ojalá de manera (auténticamente) democrática— a qué vamos a dedicarlos. ¿Cuántos GW·h irán a mover tranvías? ¿Cuántos a repartir alimentos o medicamentos a las tiendas y farmacias? ¿Cuántos a celebrar carreras de motos? ¿Cuántos a trasportar equipos de fútbol de un estadio a otro? ¿Cuántos a la calefacción de colegios? ¿Cuántos a la preparación de comidas en residencias de ancianos? ¿Cuántos a realizar pruebas médicas? ¿Cuántos a las máquinas elevadoras utilizadas en la construcción? ¿Cuántos a..?
Serán miles de pequeñas y grandes decisiones que tomar de manera sabia y coordinada, y que un sistema de libre mercado nunca podría tomar. Que ya no podrá tomar porque ninguna de esas decisiones le permitirá seguir creciendo. Porque tendremos esos X GW·h al año, y al año siguiente, si tenemos suerte y hacemos bien las cosas, tendremos los mismos. O quizás podamos algún año rascar alguno más… Pero a largo plazo habrá otro nivel Y que ya no podremos superar. Y el sistema capitalista será incompatible con eso, pues necesita crecimiento continuado, a ser posible, exponencial, año tras año tras año… Y eso sólo se lo ha podido dar la disponibilidad de cantidades siempre mayores de energía.
Así que cuando escuchemos decir que «para el año 2050» habremos completado eso que llaman «la Transición Energética» y nuestra energía será toda renovable, nos están diciendo —incluso sin ser conscientes de ello— que para ese año, o el que fuere, se acabará el capitalismo.
Tiene, por tanto, sus años contados. Y bien haríamos en ir diseñando cómo será ese sistema que lo sustituya y que nos permita repartir como debemos nuestra ración anual de energía renovable.