Nuestra especie dispone, básicamente, de dos opciones para hacer frente a lo que va a suponer el final de los combustibles fósiles. La primera sería complicarnos la vida para intentar hacer lo mismo que podíamos hacer fácilmente con la extraordinaria densidad energética y características del petróleo, del gas natural y del carbón. La otra opción sería simplificarnos la vida, reconocer que no podremos seguir haciendo muchas cosas, porque sin petróleo (principalmente) serían imposibles o extraordinariamente difíciles, costosas de llevar a cabo, y replantearnos nuestras sociedades para poder vivir lo mejor posible sin todas esas cosas.
Obviamente, el camino que estamos recorriendo, con el despliegue de tecnologías modernas de conversión de viento y sol en electricidad, con la persecución de la fusión nuclear, con los coches eléctricos, con el hidrógeno, con los bioplásticos, etc. etc. es el primero. Un camino que no nos llevará lejos, pues no somos capaces de ver la complejidad de mantener todo este tinglado sin la Tasa de Retorno Energético que nos están aún dando las fósiles, un auténtico subsidio energético.
Lo peor de todo es que la otra opción ni se plantea en el debate político, social, económico o cultural. Como si no existiera, como si su coste fuese inasumible, como si no pudiera funcionar con mucha mayor certeza…
Estamos comportándonos como el heredero que una vez agotada su fortuna, en lugar de reducir su tren de vida espera que se le mueran otra vez sus padres.