Equivocarnos en las fechas para las que anunciamos el colapso nos podría desprestigiar, nos advierte Emilio Santiago Muíño, renegando de los timings.
Bien, en un anterior post abordaba esta postura desde un punto de vista de eficacia y de cultura, intentando echar mano de la lógica. Hoy lo haré brevemente fijándome en la ética, pero dejando de lado esa observación cultural y volviendo al terreno de análisis en el que Emilio lo plantea, y aceptando por un momento (a efectos de contraponerle otro argumento adicional, a modo de ejercicio teórico) su visión de que efectivamente puede haber una diferencia a efectos prácticos entre acertar y equivocarse en los plazos.
En su opinión, si ponemos fecha al colapso, nos jugamos el prestigio y la credibilidad, en caso de que no llegue para tal fecha. Bien, pues a mí personalmente me da igual perder el poco o mucho prestigio que pueda tener, porque si trazo los escenarios posibles la alternativa a atreverme a poner fechas me parece inaceptable: que pudiéramos estar en lo cierto y habernos callado por el miedo a no acertar con la fecha.
Veámoslo en una tabla:
La realidad confirma la predicción | La realidad desmiente la predicción | |
---|---|---|
Nos atrevemos a comunicar una fecha | Con suerte, hemos ayudado a preparar a la sociedad para el colapso y a aliviar sus consecuencias. | Quedamos como falsos profetas, perdemos prestigio y credibilidad (*). |
No nos atrevemos a poner una fecha | Hemos perdido nuestra oportunidad de advertir a la sociedad para que se prepare, contribuyendo así a un colapso más trágico. Y no tendremos otra. | Nuestro prestigio queda intacto, aunque no nos sirve de nada porque ya es tarde para nuevas advertencias. |
[(*) Esta consecuencia la puse en duda en mi anterior texto.]
Si lo analizamos así y partimos de una ética kantiana del deber, creo que no hay elección posible. Si realmente creemos que hay una alta probabilidad de acertar con el timing del colapso (o de cualquiera de sus subprocesos, como el Peak Oil) debemos comunicarlo, sea cual sea la consecuencia a nivel personal de no acertar. Lo que podemos perder es el prestigio de una o de unas pocas personas, las Casandras de turno, que dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo a intentar evitar los caminos que lleven al infierno a nuestras sociedades y al conjunto de la vida en el planeta Tierra. ¿Qué es eso comparado con la alternativa ética de hacer todo lo que esté en nuestra mano por cambiar el rumbo a tiempo para evitar lo peor?
Como ya nos explicaba Ferran Puig Vilar hace un tiempo, el deber del mundo científico es resistir las tendencias hacia la autocensura (estén estas basadas en el temor a la pérdida del prestigio académico o incluso del puesto de trabajo), porque lo que está en juego es demasiado grave. Y lo mismo creo que podemos aplicarnos quienes hacemos mera (pero importante) divulgación de lo que la gente de ciencia conoce.
Quizás Emilio y quienes eligen no exponer públicamente la urgencia que conocen o intuyen que sería necesaria, están pensando que como en el clásico cuento del Pastor mentiroso, lanzar alarmas que se demuestren injsutificadas perjudica la credibilidad que necesitaremos tener cuando llegue la urgencia definitiva o mayor. Y ese es el problema. Al final los que están determinando su estrategia en función de una creencia en un timing concreto son ellos, y no nosotros, quienes sabemos que con indepedencia de que acertemos más o menos en nuestros cálculos temporales, actuar ya sólo puede traer efectos positivos.
Como he tratado de explicar en mi libro La izquierda ante el colapso de la civilización industrial, nunca adelantarse a aumentar la resiliencia local o a abandonar los combustibles fósiles puede tener efectos negativos (claro, a condición de que se haga en la manera que proponen el ecosocialismo descalzo de Riechmann o el gaianismo anarcofeminista de Carlos de Castro o el decrecimiento democrático y socialmente justo de Latouche o Taibo), aunque nos equivoquemos. Pero apostar por reformar el industrialismo crecentista mediante Green New Deals que prolonguen la agonía del sistema, puede empeorar las consecuencias del colapso, e incluso adelantarlo, como nos dice la modelización MEDEAS. Por tanto, considero que son ellos los que, en caso de equivocarse en su timing largo —hipótesis según la cual un fallo en las fechas provocaría efectos pastor mentiroso que perjudicarían alertas posteriores que ellos sitúan aún más adelante en el futuro— estarían jugando a favor de una auténtica catástrofe.
En resumen: creo que la ética kantiana sumada a la metodología prospectiva de los escenarios deberían llevarlos a una nueva reflexión que reconsiderase sus estrategias de timing largo y autocensura.
«Nos atrevemos a comunicar una fecha: Con suerte, hemos ayudado a preparar a la sociedad para el colapso y a aliviar sus consecuencias.»
Esto lo leí, hace tiempo, en una novela de Isasc Asimov «La Fundación». Las leyes de la psicohistoria de Hari Seldon pronostican el colapso del Imperio Galáctico. Para reducir la duración del subsiguiente periodo de caos, antes del advenimiento del nuevo Imperio, organiza la Fundación -y la otra, oculta, segunda Fundación- como aparato logístico destinado a ese propósito.
Considero que prepararse no tiene utilidad. La utilidad sólo viene de evitar el desastre, es decir, cambiar inmediatamente todo el sistema económico por uno ecológicamente sostenible. Hoy no hay nadie, con fuerza suficiente, que esté interesado en el asunto.
Gracias, Aika. Interesante. Aunque había leído alguna de las novelas de la saga de La Fundación, desconocía (o había olvidado, pues fue hace muchos años) que el origen de la misma era ese. Curiosa coincidencia. Y ¿qué tal resulta el experimento de dichas fundaciones?