Nos habla Jorge Riechmann en su ¿Vivir como buenos huérfanos? acerca del sesgo optimista que caracteriza a la psique humana. Y entonces digo yo: si hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos, desde las instituciones y en los medios, nuestros conciudadanos congénitamente optimistas siempre lo van a ver menos malo de lo que es, ¿por qué no aprovecharlo para facilitar la aceptación de una estrategia franca ilusionante para hacerle frente al colapso civilizatorio?
«No podemos decirle eso a la gente«, nos dicen desde las izquierdas más o menos conscientes de lo que tenemos entre manos. Pero la gente va a decir de todos modos «¡No será para tanto!», así que… ¿por qué autocensurarnos a la hora de decirles la verdad? Su reacción, para bien o para mal, siempre será mejor de lo que podríamos esperar dadas las circunstancias.
Tengámoslo en cuenta, por favor.