Existe un problema fundamental para que dicho objetivo sea verosímil: todas las anteriores transiciones energéticas del metabolismo de las civilizaciones humanas requirieron, al menos, medio siglo para realizarse. Además —y este es un factor crucial para su viabilidad— fueron completadas cuando aún la anterior base energética estaba en su apogeo. Es decir, cuando se pasó de la biomasa al carbón, había suficiente biomasa para alimentar energéticamente la transición al carbón; cuando se pasó a una sociedad basada en el petróleo, había suficiente carbón para alimentar la nueva transición… Pero ahora tenemos el problema de que el petróleo, base energética sobre la que se ha construido la civilización moderna, está en declive: el techo de extracción mundial del petróleo crudo fue en 2006, según reconoció la Agencia Internacional de la Energía. Y aun cuando quisiésemos tomar como referencia todos los combustibles líquidos asimilables al petróleo (lo cual es poco riguroso, pues los pseudo-petróleos no son equiparables ni en uso ni en tasa de retorno energético), estariamos hablando de una meseta ondulante de extracción máxima que se viene prolongando desde 2015 aproximadamente hasta hoy. Si hacemos la resta veremos que deberíamos haber comenzado la Transición Energética… ¡entre 1956 y 1965! Ahora, en 2018, es —con mucho— demasiado tarde. No se puede hacer una transición energética cuando la fuente energética principal actual está comenzando su declive.
Lo único que cabría hacer en esta situación sería variar el otro componente: el tamaño del metabolismo civilizatorio. Es decir, ya que no es factible una transición energética, realizar un descenso energético (ordenado) hasta una dimensión socioeconómica que pudiésemos mantener con las limitadas fuentes renovables disponibles. Recordemos que aunque las energías renovables puedan aparecer en sí mismas como ilimitadas (radiación solar, típicamente), la capacidad que tenemos de captarlas y utilizarlas tiene múltiples limitaciones insuperables.
Así pues, la llamada Transición Energética es sencillamente imposible. Convendría mejor hablar de un decrecimiento, declive o descenso energético, y en consecuencia, de la dimensión y complejidad de nuestro metabolismo social. En paralelo, la sostenibilidad (del sistema actual) es inviable y convendría, como aconseja Dennis Meadows, buscar en su lugar una mayor resiliencia para resistir con el menor trauma posible las consecuencias de dicho descenso a un nivel de uso de energía muchísimo menor.
Obrigado co’a gente do Galiza Livre por o traduzirem para o galego: A irrealidade da “Transiçom Energética”: dous aspectos.
Más datos que apuntan a la irrealidad de esta supuesta «transición energética». Proceden del IPCC, vía Ferran Puig Vilar, uno de los principales analistas del cambio climático en el Estado Español: