Ponemos el grito en el cielo cuando unos «fanáticos religiosos» le «lavan el cerebro» a un chaval para que, al volante de un vehículo, destroce la vida de unas decenas de personas. Pero callamos el hecho de que vivamos inmersos en un continuo «lavado de cerebro» realizado —a diario, en todo el mundo— por medio de los «púlpitos» publicitarios que nos llevan a destrozarles la vida a millones de personas al volante de nuestros vehículos y de nuestros modos de vida consumistas. Apenas podremos encontrar una sola página en los periódicos de gran tirada, ni un minuto en los encendidos debates televisivos, ni un reportaje indagando en las raíces y mecanismos de esta Yihad capitalista-consumista de escala planetaria.
Es muy fácil ocultarnos nuestras víctimas, porque el metal de nuestros coches no impacta contra sus carnes, porque no vemos sus miradas de terror mientras apretamos el acelerador de nuestros motores de combustión o usamos nuestra tarjeta de crédito: «Ojos que no ven, corazón que no siente», el gran recurso que le proporciona mil millones de soldados a esta gigantesca y oculta Yihad. No escuchamos los gritos causados a miles de kilómetros de distancia de nuestros gatillos, en las guerras por el petróleo, en las consecuencias del cambio climático que producimos con cada desplazamiento, con cada gasto energético. No presenciamos el lento apagarse de quienes mueren en las minas de coltan o de uranio, en las selvas arrasadas para cultivar el aceite de palma de las galletas que damos a nuestros hijos, en los manglares donde se crían esos camarones tan baratos que comemos, en las playas donde se desmantelan los barcos envenenados que nos trajeron mercancías del otro lado del mundo, o los vertederos donde se queman nuestros viejos ordenadores para sacarles un poco de metal para fabricarnos otro. Los esclavos energéticos que sostienen nuestro modo de vida son invisibles, y la sangre de sus víctimas también. Nuestra Yihad es invisible… pero sólo para nosotros: para millones de personas es muy real, porque son sus víctimas, son nuestras víctimas.