Cada vez me gusta menos el concepto de transición aplicado a la situación que vive nuestra civilización, y concretamente el que me parece más problemático, por cada vez más ampliamente utilizado, es el de transición energética. Veo aparecer el término en programas electorales, en documentos políticos, en nombres de colectivos, en discursos y en propuestas activistas dentro y fuera del ecologismo. Y me recuerda a lo del Nuevo Modelo Energético. Este tipo de denominaciones me resultan huecas: ¿qué nos dice el término transición si no decimos hacia dónde transitamos o debemos transitar?, ¿de qué nos sirve hablar de un modelo nuevo si no lo definimos? Nos estamos centrando en señalar un proceso y no su dirección ni su intensidad.
Además, tenemos el problema de que en España transición implica, en la consciencia colectiva, el paso de un sistema de gobierno a otro, sin que cambie lo que se puede hacer (de hecho España siguió creciendo tras la muerte del dictador); esto facilita que se interprete que vamos a poder seguir haciendo lo mismo o mucho más cambiando el sistema de gobierno/producción energética.
Mucho me temo que está surgiendo un nuevo mito, al menos un nuevo meme, en torno a esto de la transición energética, y que no es el mito que necesitamos. Un mito que nos dice que vamos a un cambio lento, progresivo, y que puede que no tengamos que decrecer.

Hay algunos autores y muchos políticos, que defienden la posibilidad de llevar a cabo una transición energética. Se presenta ésta bajo muy diferentes formas, dependiendo en gran medida de quién defiende y desde qué posición se defiende tal transición.
Sin embargo, es conocido que las energías llamadas renovables no serán capaces de sostener el paradigma del crecimiento. Ni siquiera serán capaces de suplir con éxito el actual despliegue de los combustibles fósiles aunque sea con crecimiento cero. Hay, como se sabe, varias razones sobre las que fundamentar esto, no siendo la menos importante la escasez de energía fósil sobre la que sustentar el tránsito.
Nos vemos pues abocados a aceptar lo que anuncias en tu post y a asumir tu tesis: la sociedad en su conjunto, nosotros mismos individualmente, dispondremos en muy pocos años de mucha menos energía de la que disponemos ahora; así pues, decrezcamos.
(Prefiero, dicho sea de paso, decrecimiento a colapso; me imagino el decrecimiento como un proceso controlado, voluntario, consciente y constructivo, mientras que el colapso se me antoja incontrolado, violento, forzado, destructivo —justo lo contrario de lo que una transición decrecentista debería ser).
Sin embargo, aún suponiendo que estas circunstancias no se dieran; aunque no se hubiera alcanzado el cenit del petróleo y aún se dispusieran de fuentes inagotables de petróleo barato o se contaran con otros modos de producción y uso de fuentes alternativas suficientes para mantener el sistema y procurar su crecimiento efectivo; aún así, digo, pienso que seguiría siendo preciso decrecer.
Decrecer, romper el circulo vicioso producción-crecimiento económico-consumo-explotación de recursos-producción es probablemente, el mayor acto revolucionario que puede emprenderse y probablemente el único camino que nos libere a nosotros y a las generaciones venideras, del colapso, ahora sí, al que nos empuja el sistema capitalista.
Y pienso, amigo Casdeiro, que a los políticos, nuevos y viejos, no les gusta hablar de las revoluciones que están por venir.
Un abrazo.
Antonio Turiel acaba de publicar un texto de gran relevancia para esta cuestión de las transiciones y de las estrategias ante el colapso: El camino imposible hacia la transición renovable. En él nos aporta argumentos contra estas pseudo-transiciones o transiciones light o presuntamente paulatinas, como inadecuadas, imposibles o contraproducentes. ¡No dejéis de leerlo!