Aunque Jorge Riechmann y Emilio Santiago Muíño son dos personas que admiro intelectual y artísticamente, además de profesarles un gran aprecio personal, hay un par de aspectos de su análisis acerca del colapso civilizatorio que no comparto. Analizaré en este artículo el primero y más claro: su concepto de sociedad industrial sostenible.
Dicho concepto, como objetivo político y social alcanzable y deseable que ellos nos proponen buscar con nuestra acción durante el colapso del actual modelo de civilización, lo ejemplifican ambos (Emilio supongo que como herencia intelectual de Jorge) en lo concreto con los antibióticos y las bicicletas. Es decir, según ellos podemos y debemos aspirar a un tipo de sociedad capaz de seguir produciendo al menos ese tipo de productos industriales, de donde derivan que deberá seguir siendo una sociedad industrial.
Para empezar, me parece técnicamente discutible que para producir antibióticos haga falta necesariamente una industria farmacéutica, puesto que —por una parte— ya existen en la naturaleza y el ser humano los ha venido obteniendo de otros seres vivos desde hace al menos 2.500 años, y —por otra— si quisiéramos sintetizar alguno adicional a los disponibles directamente en la naturaleza (nos explica la Wikipedia que «un antibiótico es una sustancia química producida por un ser vivo o derivado sintético» y que «algunos de los antibióticos más empleados son producidos naturalmente por microorganismos»), lo que necesitaríamos en todo caso serían laboratorios para extraerlos y fermentarlos, que no tienen por qué ser de tipo industrial y bien podrían ser modestos y distribuidos por cada región, sin necesidad de grandes y complejas industrias farmacéuticas centralizadas como hoy día.
Siguiendo con su otro ejemplo arquetípico de lo que llaman sociedad industrial sostenible —las bicicletas—, creo que tampoco es válido, porque también considero discutible desde la técnica que no se puedan producir artesanalmente bicicletas, o simplemente mantener en sencillos talleres locales los más de mil millones de bicicletas que ya están fabricadas a día de hoy (una por cada siete personas que habitan el planeta; lo cual no está nada mal, si tenemos en cuenta que no todos vivimos en zonas donde la orografía o el clima nos hagan preferir este medio de locomoción frente a otros). De hecho, esta percepción de que ya hay suficientes fabricados y lo que necesitamos, como muchos es mantenerlos, también valdría para innumerables objetos y herramientas de segura utilidad en el futuro poscolapso.
Pero aparte de estas objecciones a la necesidad técnica de una fabricación de carácter industrial para disponer de antibióticos y bicicletas, creo que es un error caracterizar como industrial la sociedad futura simplemente porque pensemos que en ella van a existir algunas industrias (y ellos sólo suelen citar esas dos; Ted Trainer en La Vía de la Simplicidad – La transición a un mundo más sostenible y justo enumera algunas más y no por eso afirma que vayamos a tener sociedades industriales). Del mismo modo que ya existían industrias (menos y a otra escala, por supuesto) antes de la Era Industrial, también las podrá seguir habiendo después, pero no por eso será correcto calificar dichas sociedades o civilizaciones futuras de industriales, pues para poder hacerlo el modo de producción industrial y todo el conjunto de relaciones sociales y económicas que de dicho modo de producción se derivan, debe ser distintivo, central y hegemónico. Es decir, que no basta con que haya algunas industrias para que podamos hablar de sociedad industrial.
Sin duda el modelo hegemónico tras el colapso (por agotamiento energético y otros factores concomitantes) del metabolismo civilizatorio industrial será de otro tipo, que quizás podamos denominar neoagrario o agrario-recuperador (pensemos en mi tesis anterior: ya tenemos suficientes objetos y estructuras, ahora hay que mantenerlos; unida al concepto de minería urbana y otros análogos), pues el metabolismo estará de nuevo caracterizado por el funcionamiento en torno a la tierra y a la energía solar disponible mediante los alimentos y la biomasa. Esto es así porque a cada fuente energética primordial corresponde un modelo metabólico: el recolector-cazador, basado en la energía disponible en los ecosistemas de manera natural (origen biosférico) y en el fuego; el agrario, que acrecenta la energía adicional producida mediante la tecnología de la agricultura y de la fuerza de otros animales; y el industrial, que añade las energías fósiles primero (junto con el vector eléctrico, producido de diversas maneras) y después la nuclear (origen geosférico). Sin ese patrón de energía fósil, ya no es posible mantener ese III Régimen Metabólico de la Humanidad, y deberemos volver a otro muy parecido al agrario, seguramente. Es algo obvio: si la civilización industrial no se puede sostener, no cabe hablar de civilización industrial sostenible. ¿Por qué se resisten estos autores a hablar de una nueva civilización agraria/agrícola? Sería interesante que más allá de estos clichés suyos de los antibióticos y de las bicicletas, identificasen qué aspectos necesarios para una Buena Vida estarían ausentes, en su opinión, en una sociedad de tipo agrario.
Este empeño de Riechmann y Santiago por un uso que considero innecesario e incorrecto del término industrial los mete en una trampa conceptual, pues los obliga a adjetivar a mayores esa futura sociedad industrial para diferenciarla de la otra sociedad industrial (la actual e insostenible), y para ellos optan por el adjetivo sostenible. Pero este es un término a su vez problemático, como ya he expuesto, dado que la sostenibilidad (del actual sistema, se entiende por definición) ya no es posible (Meadows dixit, y no es el único). El resultado es que en lugar de hablar coherentemente del colapso («estamos colapsando ya», reconocen ambos), parezca que estuviesen hablando, con esos términos de sostener la actual civilización industrial por medio de alguna reforma que aún sería factible en ella.
A esto se une —al menos en el caso de Emilio Santiago— la consecuencia de que no puede hablar de colapso de la civilización industrial (pues nos está diciendo que vendrá un nuevo tipo de sociedad industrial, «sostenible»), y acaba hablando de civilización capitalista, lo cual también me resulta discutible, como ya he explicado en otro lugar.
¿Se meten en este berenjenal terminológico Riechmann y Santiago porque, como declarados urbanitas y defensores de la viabilidad de las ciudades, no sienten grandes simpatías ante la perspectiva de una sociedad agraria? Seguramente nos da una pista acerca de esto el hecho de que consideren que la lucha política en (y por) las ciudades será clave en la transición civilizatoria en ciernes. Pero esa es otra discrepancia más compleja, que trataré en otra ocasión.