El capitalismo ha demostrado sobradamente ser un sistema sumamente poderoso, resistente y capaz de imponerse a nivel mundial. Es un sistema tremendamente sólido. Pero su base energética y material, el imprescindible sustento de su crecimiento, no lo es: es finita, y está comenzando a fallarlle. Aunque sea capaz de inventar mil maneras de ampliar la explotación de la gente, no puede hacer lo mismo para explotar sus recursos, pues, aunque lo intenta, eso sólo acelera su agotamiento, solo lo acerca más rápidamente al derrumbe.
Y esto, trágicamente, es algo que la mayoría de las izquierdas y de los movimientos anticapitalistas no acaban de comprender: el monstruo está devorando el suelo bajo sus propios pies.
Y ni siquiera el más grande coloso puede evitar caer si falla el suelo que lo sostiene. De hecho, cuanto más grande, antes y con más estruendo será su caída.