Nos dirigimos a una nueva civilización que podríamos denominar carroñera-reparadora.
Carroñera porque vivirá de los restos del cadáver de la civilización industrial que ahora comienza aceleradamente a morir, quizás durante generaciones. Nuestros hijos y nietos harán uso duradero y creativo de los millones de elementos industriales que nosotros vamos a dejar. Miles de mercadillos pondrán en circulación los últimos productos producidos por las fábricas antes de su cierre: desde ropa a utensilios de metal o plástico, pasando por todo tipo de elementos no perecederos. Dominará la economía la producción de alimentos y el comercio de productos heredados de la Era Industrial. Así, por ejemplo, no hará falta fabricar una sola tijera durante quizás cientos de años, porque las ahora existentes seguirán disponibles para la civilización que nos suceda. Quién sabe si cuando haga falta fabricar artesanalmente de nuevo una, habrá alguien que sepa hacerlo y el conocimiento se podrá extender de un lugar a otro, de una cultura local a otra. La interrupción del saber tradicional que ha supuesto la civilización industrial-capitalista-consumista al tiempo que ha proporcionado elementos construidos gracias a la inmensa emergía disponible en la Era de la Energía Fósil, obligará a reconstruir innumerables saberes, muchas veces partiendo de cero, si no nos preocupamos ahora de salvaguardar algunos conocimientos básicos de manera eficaz para trasmitirlos a la civilización postindustrial.
Y será reparadora también porque deberá ocuparse, por su propio bien y mera supervivencia, de arreglar el desastre planetario que ha puesto en marcha nuestra delirante civilización, comenzando por la suicida devolución a la atmósfera del carbono secuestrado durante eones en forma de carbón, petróleo y metano. A esto podríamos añadir una vergonzosa lista de destrucción a favor de la entropía: agotamiento de acuíferos, destrucción de suelo fértil, eliminación de la biodiversidad, difusión de contaminantes persistentes (incluidas las basuras radioactivas…), etc. Lo normal es que los padres sean quienes arreglen los desaguisados de sus hijos, las consecuencias de sus irresponsables travesuras de infancia y adolescencia… Pero en ese caso tendrán que ser nuestros hijos y nietos los que arreglen el caos que hemos creado nosotros. En el caso de los residuos radiactivos generación tras generación tras generación se acordarán aún de nosotros y nos odiarán en sus cuentos y canciones como responsables de haber creado zonas malditas en el planeta (donde quien se atreva a entrar contraerá mortales enfermedades) …o quizás incluso algo peor.
…Tristes y duras misiones para una nueva civilización.
(Ilustración: Dave Bezaire & Susi Havens-Bezaire)