Me cuentan que en algún ámbito del ecologismo social más consciente donde se ha difundido mi artículo Nosotros, los detritívoros, publicado el pasado mes de enero en EcoPolítica, ha causado un considerable impacto pero que, al mismo tiempo, ha sido calificado de peligroso pues supuestamente podría provocar desmovilización.
No tengo muy claro si esa desmovilización se refiere a que el texto podría llevar a tirar la toalla a personas ya implicadas hoy día en alguna lucha social o ecológica, o si más bien quiere decir que el gran público, ante tales noticias, podría pensar que no vale la pena implicarse en esas luchas pues está ya todo perdido. Sea cual sea el caso, o incluso si la supuesta desmovilización se refiere a ambos casos, me gustaría dar unha breve respuesta a esas opiniones.
En primer lugar considero que mi texto puede ser considerado desmovilizador en todo caso en igual medida que lo pueden ser otros del ecologismo radical o profundo de estos últimos tiempos, como podría ser el texto de Paul Kingsnorth titulado Ecología Oscura (y otros textos del Dark Mountain project), y en ese sentido no es algo que quepa achacar especialmente a mi artículo. Este texto forma parte de otras líneas de pensamiento y análisis que vienen surgiendo desde hace ya tiempo, quizás décadas, y que deberían ser ya de sobra conocidas en estos ámbitos.
Por otra parte, quiero explicar que el texto en su formato inicialmente presentado a EcoPolítica carecía de propuestas que pudiesen ser calificadas de respuestas a la situación que describe la parte inicial del artículo. Es decir, que el texto sí hace finalmente —por sugerencia de Florent Marcellesi— algunas propuestas, aunque —como explico en el prefacio de la edición en libro que estoy preparando para Ediciones Touda— no sean más que un mero esbozo. No pretende, en definitiva, ser un texto pensado directamente para movilizar a activistas o público en general, sino un primer paso: la necesaria y dura reflexión, el debate sobre el tabú poblacional —entre otros aspectos del colapso—, la fase de pre-ocupación… ya que sin preocuparnos, ¿cómo podemos ocuparnos (de reaccionar ante la situación)?
Por ello trato en el artículo de identificar los obstáculos que deberíamos superar (eso es todo lo contrario de una desmovilización, creo yo, pues son estos obstáculos los que nos inmovilizan como sociedad), y pese a las dificultades, pese a lo improbable del éxito, cuál sería el camino que seguir tanto para un cambio desde arriba («una política de Decrecimiento democráticamente gestionado —que podríamos llamar quizás ecosocialista— contra una política omnicida dirigida por un capitalismo salvaje en caótica descomposición») como para una supervivencia desde abajo (que «permitiría al menos la supervivencia de parte de la especie, junto con los saberes y los aspectos de nuestras culturas tradicionales que fuesen de ayuda a los supervivientes de este gran colapso ecosocial»).
¿Desmotiva quizás el texto a quien piense que con sus cambios de hábitos personales está logrando algo? No, porque pese a advertir claramente de que no es suficiente, sí que lo califico como un paso imprescindible.
Tal vez la desmovilización que produce en realidad es la que nos podría llevar a muchas de las personas implicada de una u otra forma en el combate de los efectos omnicidas de la civilización industrial-capitalista, a renunciar a estrategias convencionales y a repensar todo nuestro activismo. En ese sentido sí que podría ser demoledor. Pero a mi entender lo que debe surgir de ese tambalearse de la acción convencional de la izquierda y del ecologismo sería unha nueva y reforzada estrategia, que no pretendo marcar rígidamente en el artículo pero sí apuntar algunas posibles alternativas:
- Avanzar con mucha mayor urgencia en la trasformación ecosocialista (como la que propone Jorge Riechman entre otros).
- Considerar como inviable la lucha por la sostenbilidad, como sugiere Dennis Meadows, y centrar todas las fuerzas con urgencia y decisión en la construcción de resiliencia comunitaria.
- Dar por perdida la civilización actual y dedicarse a la creación de refugios de la vida y de lo mejor de la cultura humana, como propone Kingsnorth y como también presentan como opción autores centrados en la cuestión del Peak Oil y el colapso civilizatorio como Richard Heinberg, John Michael Greer, David Holmgren…
Alertar sin medias tintas sobre la situación actual suele considerarse peligroso en tanto que puede producir parálisis (el propio Riechmann en alguno de sus textos apunta en esa dirección), pero eso sólo es así cuando la persona que recibe el mensaje percibe que no puede hacer nada. Hemos hablado de esto en la Guía para o descenso enerxético, haciendo referencia al modelo EPPM de Kim White que describe las fases y ciclos mentales necesarios para pasar del conocimiento del riesgo a la actuación frente a él.
Nosotros, los detritívoros pretende advertir, por tanto, de lo que va a venir, no para que nos resignemos sino para que seamos conscientes de cuáles son nuestras opciones reales en un futuro muy distinto al que nos pintan los que guían la nave (en rumbo de colisión) y seguramente muy distinto al que pensamos estar construyendo (o que pensamos poder construir, más bien) desde la izquierda y el ecologismo. No es desde luego un cambio fácil en nuestro modelo mental y chocará con múltiples obstáculos psicológicos y psicosociales hasta que logre ser asumido y provocar cambios que ayuden a la supervivencia (y, quizás, con suerte, también a la emancipación). Sobre todo debe permitirnos conocer los caminos que llevan al infierno, para evitarlos, como decía Machiavelli según me ha recordado en alguna ocasión Riechmann. En este caso el infierno está apuntado en mi texto y también en la Guía que he mencionado y otros textos míos, cada vez con más claridad y rotundidad: el futuro estará marcado por una lucha entre un poscapitalismo genocida, fascista o neofeudal, y su alternativa también poscapitalista pero emancipadora, comunal, local y solidaria no sólo con el resto de congéneres que ahora mismo (super)pueblan el planeta, sino con las futuras generaciones.
Insisto: no propongo una renuncia a la lucha sino un radical replanteamiento de las estrategias para ajustarlas a un escenario más realista, aunque inevitablemente más dramático. Dejar de luchar contra el colapso puede parecer a muchos una amarga rendición —ya lo advertía Kingsnorth— pero asumir el colapso como salida puede abrir perspectivas que nunca antes estuvieron a nuestro alcance, seguramente muy diferentes a las que anhelábamos hasta ahora pero no necesariamente peores. ¿Qué puede ser más movilizador que el llamamiento a crear un nuevo mundo, por más que implique dar este por perdido?
Quisiera finalizar incluyendo aquí un texto del epílogo de mi breve ensayo, en su versión actualizada (para el librito que sacará Touda en castellano y Ediçoes da Terra en portugués):
En definitiva, estamos ante un gravísimo dilema, que algunos intentamos superar sin abandonar totalmente ninguna de las estrategias, procurando no poner todos los huevos en la misma cesta y combinando la lucha para el cambio que sería necesario a nivel social (macro, global) —siendo conscientes de lo improbable que resulta— al tiempo que promovemos proyectos de preservación científico-cultural y de anticipada supervivencia comunitaria (micro, local). Quizás la manera de resolver el dilema sea dotar a esos proyectos salvavidas de la revolucionaria capacidad de ser replicados rápidamente a nivel local, biorregional y mundial —o al menos sus principios— para así contribuir de una manera alternativa al cambio real, no intentando trasformar un sistema que, en primer lugar, no se deja —demasiadas resistencias y características inherentes que impiden el tipo de cambio necesario— y que, en segundo lugar, es demasiado complejo, sino buscando impulsar —más bien creando— el cambio mediante la construcción de espacios funcionales para que la gente ocupe cuando sea expulsada de una civilización que se derrumba sobre sí misma, es decir: una red de núcleos difusores de resiliencia, de islas de neguentropía, de icarias autogestionarias y autosuficientes, de microsociedades resilientes basadas en el equilibrio con la naturaleza, en un metabolismo socioeconómico de base solar, y en una nueva/antigua cultura de respeto a la Tierra y a las generaciones que la habitarán en el futuro.
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