Las sociedades industrializadas son sistemas dinámicos complejos y adaptativos, al igual que un ser vivo o un ecosistema. Sin embargo hay una trágica diferencia: cualquier ser vivo o cualquier ecosistema, es un sistema sumamente resiliente, al que millones de años de evolución han perfeccionado de tal manera que en su funcionamiento normal pueden perdurar o completar su ciclo de vida sin mayores problemas. Por supuesto que un ataque externo o un accidente grave pueden acabar con ellos, porque resiliencia no significa inmortalidad.
Pero por contra, en el caso de las sociedades industrializadas modernas —eso que podríamos englobar bajo la denominación de civilización industrial— el sistema apenas tiene 150-200 años de vida y es básicamente no-resiliente, inherentemente insustentable, debido a que es absolutamente dependiente de materiales y formas de energía no renovables. Por buscar una comparación, sería como si surgiese un ser vivo que sólo pudiese alimentarse de un determinado mineral: al acabarse este en la zona a su alcance (por amplia que esta fuese), irremediablemente moriría, al no ser un mineral algo renovable, reproducible. Ese mismo es el destino de esta breve y trágica experiencia de la Humanidad, este torpe y arrogante constructo social, económico y cultural que hemos llamado industrialización. Por desgracia, el colapso de este sistema inviable afectará muy negativamente a la resiliencia de la práctica totalidad de los seres humanos, de muchas otras especies y de los propios ecosistemas.