En el nº 136 del bimensual Diagonal podíamos leer un análisis de Alejandro Teitelbaum acerca de la cuestión de las pensiones. Los argumentos de este autor, comunes en la izquierda, giraban en torno al aumento “vertiginoso” de la productividad, debido según él, a la “revolución científico-técnica”, que haría posible, con una política más justa, la liberación de los trabajadores de la necesidad de “buena parte del trabajo físico”. Apoyándose en ese aumento de la productividad, que obviamente él considera permanente, defiende una disminución del tiempo de trabajo y un aumento de salarios y pensiones. Pero un simple análisis de la base energética de la economía y de la sociedad en su conjunto, contradice esas suposiciones que no son sino la otra cara del mismo paradigma económico hegemónico de los neoliberales: el de una economía desconectada de la realidad física y de las leyes de la naturaleza. No pongo en duda que la política distributiva y fiscal esté en la base del actual conflicto por el trabajo y las pensiones, y que toda falacia usada por la derecha en esa lucha social deba ser desmentida con contundencia; pero si no somos capaces de entender el auténtico origen del crecimiento económico y de la productividad en que pretende la izquierda basar sus alternativas, estas quedarán anuladas de partida. No podemos combatir una falacia política o económica con una falacia termodinámica. La ciencia o la técnica por sí solas no son las responsables del aumento de la productividad experimentado a lo largo de las últimas décadas: esta se debe, en primer lugar, a la disponibilidad masiva y creciente de energía barata. Es decir, sólo se puede hablar de que cada trabajador(a) ha producido más por unidad de tiempo porque el aparato productivo en su conjunto ha dispuesto de toda la energía que ha necesitado para hacer funcionar esas tecnologías. Por otro lado, si medimos la productividad en función de los recursos energéticos no humanos empleados (productividad energética) y no del factor tiempo de trabajo, veremos que la productividad en realidad lleva estancada más de medio siglo (datos de la UE). Pese a ser una confusión que lleva a conclusiones peligrosas, mucha gente no distingue entre tecnología (fruto principalmente de la inventiva humana) y energía (fruto exclusivo de fuentes naturales: unas renovables y otras no). Así, creer que la tecnología por sí sola es capaz de “producir” energía es negar los principios de la Física y caer en el terreno de la fe más anticientífica, una superstición que afecta desgraciadamente a la izquierda desde hace demasiado tiempo, pese a las críticas de autores como Walter Benjamin o al propio reconocimiento de Marx de que la riqueza proviene en última instancia de la naturaleza y de que el trabajo es “fuerza” de trabajo, es decir una fuente de energía natural más. A poco que analicemos racionalmente cómo surge el progreso técnico en la historia humana, ¿podremos negar el papel fundamental del carbón en la Revolución Industrial y en el aumento de productividad que supuso? ¿Fue la máquina de vapor quien la hizo posible o fue el combustible fósil que la alimentaba? (De hecho la tecnología base de tan decisivo invento ya se conocía desde la época clásica grecorromana.) Y también es evidente que el motor de explosión nos permitió otro salto de gigantes en la productividad y en la industrialización, pero sin la explotación del petróleo, esta hubiera sido imposible y dicha invención hubiera quedado en los museos de la te?nica como una curiosidad más sin aplicación posible a gran escala.
El Cénit del petróleo
Y es precisamente al petróleo a donde quería llegar. Si defendemos la viabilidad de políticas alternativas basándonos en una productividad que sólo es posible gracias al inmenso flujo de energía —principalmente fósil— que ha manado durante las décadas del industrialismo, dichas políticas se demostrarán impracticables en el contexto de descenso energético al que se enfrenta actualmente nuestra civilización y estarán condenadas de antemano al fracaso. Según el informe anual publicado recientemente por la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el cénit del petróleo convencional (momento a partir del cual cada año se extraerá menor cantidad) ya se ha producido: de hecho, tuvo lugar en 2006. Después de tantos años negando este fenómeno por presiones estadounidenses, o prediciendo que tardaría aún una década en suceder, los obstinados datos reales les han obligado a dar la razón a los científicos y divulgadores de la asociación internacional ASPO —entre otros—, que llevan años intentando alertar al mundo de que este irreversible declive energético había comenzado. Aunque para que no cunda el pánico en las bolsas, la AIE maquilla de forma escandalosa las gráficas rellenando la diferencia entre demanda y oferta previstas con un petróleo que nadie —ni siquiera ellos— sabe de dónde va a salir y haciendo creer que otros petróleos de peor calidad energética podrán sustituir a tiempo y en la debida proporción al petróleo crudo convencional de alta densidad energética. Las consecuencias son demasiado graves como para que la izquierda política y social siga con los ojos cerrados: más del 90% del transporte mundial depende del petróleo, así como la práctica totalidad de los sectores industriales, y —lo que es mucho más preocupante— el sistema de producción y distribución de alimentos que sostiene a una población de ya casi 6.700 millones de personas. ¿Hablamos de pensiones, de reparto del trabajo? Lo que nos tocará repartir será seguramente la miseria energética, reparto que será por fuerza muy diferente al de la época de la jauja petrolera.
Si hablamos de productividad del factor trabajo y del factor energía, ¿qué tipo de incremento debería tener el primero para compensar el declive irreversible del segundo? Si pensamos que la energía contenida en un barril de petróleo equivale como poco a 2.000 h de trabajo humano (trabajo duro, a razón de 700 kcal/h), y que la civilización humana consumió 84 millones de barriles al día durante 2009, nos podemos hacer una idea de lo insensato que sería esperar que la supuesta alta productividad humana tecnologizada puidese llegar a compensar el declive petrolífero. Poco a poco se van filtrando informes que —por supuesto— no llegan a los grandes medios de comunicación, y que hablan de un probable colapso de las economías nacionales en un periodo más o menos corto de tiempo debido a los cortes de suministro, los nuevos picos de los precios, y la caída en cadena de una industria tras otra en un sistema mundializado que sólo funciona si crece y que requiere un constante y masivo flujo de energía para mantener su alto grado de complejidad. Concretamente el actual sistema monetario es dudoso que resista por mucho más tiempo, debido a que la creación del dinero bancario basada en deuda es insostenible en un contexo de decrecimiento económico continuado, inevitable dada la absoluta correlación existente entre consumo de petróleo y producción de bienes y servicios, contexto en cual que no sólo será imposible crecer para pagar los intereses de la deuda —tanto pública como privada— sino que ni siquiera se podrá devolver el principal de los préstamos. Científicos y militares de diversos países advierten en informes que sólo ahora empiezan a aparecer sobre las mesas de debate de los colectivos y partidos de izquierda, de las dramáticas consecuencias que afronta una civilización con sus días contados. Está alarmantemente cerca el momento en que la combinación de extracción decreciente y rendimiento energético también decreciente deje de aportarle el excedente energético del petróleo que dicha civilización necesita para sostener un nivel de complejidad tan elevado. Destacados científicos han demostrado que ninguna combinación posible de energías renovables será capaz más que de aliviar ligeramente la pobreza energética que nos espera y que no hay ni tiempo ni energía para sustituir con ninguna otra fuente un petróleo al que nos hemos hecho adictos y que en 10 años podría llegar al sistema económico industrial tan sólo en un 50% de su capacidad energética actual total (David Murphy). Los conflictos por la energía ya empezaron antes de que muchos oyésemos si quiera hablar del “peak oil” (Irak, Afganistán…), y sólo pueden exacerbarse en un sistema geopolítico alérgico a la democracia, la justicia y el consenso.
La izquierda debe anticiparse y adaptarse
Este panorama de inminente catástrofe civilizatoria comienza a ser asimilado por parte de la izquierda, al menos parcialmente. Izquieda Unida presentó en junio de este año una pregunta al gobierno español acerca de esta cuestión y de las manipulaciones de la AIE que habían destapado algunos medios europeos. Pero de momento Zapatero ni sabe ni contesta: la pregunta parece haber sido archivada sin respuesta incumpliendo las más básicas normas del sistema parlamentario. El 10 de noviembre al comisario europeo de energía se le escapó en una comparecencia de prensa el reconocimiento de que el petróleo “ha tocado techo” pero, mientras, la UE sigue proponiendo sin el menor sonrojo políticas radicalmente incompatibles con este hecho. La lucha social no se puede plantear en los mismos términos en una fase —excepcional, anómala en la historia humana— de exuberancia (el famoso “reparto de la tarta” que crece y crece… y de la cual el capital acepta repartir sus migajas mientras promueva la rueda salario-consumo para devolver el agua a su molino de la plusvalía), que en una fase de permanente e irreversible escasez, en la que sería suicida aceptar medidas que tratan de imponernos con la excusa del sacrificio necesario para volver a una irrecuperable abundancia “para todos”, a un crecimiento que choca con la finitud de la energía fósil y a un “pleno” empleo, más mito que nunca. Estas políticas lo único que logran en realidad es desarmar y despojar aún más a esas clases que llamaban “medias” y que ya no hay manera de disimular que vuelven a ser “bajas”, situadas al otro lado de un abismo social que no se volverá a estrechar. En consecuencia, la izquierda debe abordar este radical cambio de escenario con urgencia, revisando estrategias e incluso principios hasta ahora sagrados, como el derecho al trabajo asalariado o el protagonismo de una clase obrera condenada en su mayor parte a reconvertirse de nuevo en clase agraria a medida que buena parte de las industrias y las ciudades se conviertan en insostenibles. La izquierda debería también abjurar de un industrialismo y un productivismo que se van a quedar sin combustible, renegar del mito del crecimiento perpetuo y la tecnología taumatúrgica, convertirse en decrecedora y neorrural, poner la soberanía alimentaria y energética como puntas de lanza de la lucha social y política, y ser la primera en abandonar el Titanic capitalista industrial para comenzar a construir, desde abajo, múltiples y heterogéneas alternativas autogestionadas de vida simple, orgánica y local guiadas por los principios de la Economía Ecológica que ofrezcan —sin esperar más a asaltar ningún palacio de invierno— una alternativa tangible para los millones de náufragos del sistema. El caos y resentimiento social que con toda seguridad acompañarán los próximos años o décadas de colapso de esta civilización industrial petróleo-dependiente serán caldo de cultivo para el autoritarismo y el fascismo pero también una oportunidad para una revolución no meramente social o política, sino antropológica; una revolución que una izquierda postindustrial debería poner en marcha de manera anticipada si quiere que dé origen a una sociedad necesariamente más modesta, pero más justa.
Más información:
Actualidad sobre el Cénit: www.cenit-del-petroleo.info
Este artículo ha sido reproducido en diversos medios. A todos ellos mis más sincero agradecimiento:
Para esta versión se han añadido negritas, cursivas y algunos hiperenlaces que permitan ampliar los datos citados.
Otros artículos de interés sobre la misma cuestión extraídos de este blog y del de la Asociación Véspera de Nada por unha Galiza sen petróleo:
casdeiro, gustariame falar contigo e creo que perdin o teu mail…
[EMAIL ELIMINADO polo administrador]
Saudos, e bo ano!
Amauta, non andes deixando por aí o teu enderezo de email á vista dos spambots se non queres recibir moreas de lixo. Non me dera conta do teu comentario ata hoxe pero aínda que sexa con retraso, quitei o teu email da vista.
Aínda onte me chegou noticia da resposta que Lino C. Vila publicou a este meu artigo en Rebelión: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=119562
Espero poderlle enviar a miña contestación en breve. Namentres podedes opinar os lectores sobre esa resposta.
É desesperanzador ver a actitude que se observa desde postulados da esquerda e, sobre todo, desde a esquerda organizada en partidos políticos, diante do tema do teito do petróleo. Ás veces semellan comezar a facer caso, mais logo vemos como hai barreiras que semellan infranqueábeis. Malia o desánimo non convén que o pánico nos paralice ou faga abandonar. Hai moita xente na esquerda, mesmo nos partidos (galegos ou non galegos), que traballan noutro camiño ao que organicamente marca a dirección do partido, que tenta facer virar as cousas para outro lado, e non é nada doado. Outros desistiron, máis ou menos, de facer ese traballo interno e procuran exercer esa presión ou convencemento desde fóra, ás veces cos mesmos resultados.
Deste modo o panorama oficial nos partidos de esquerda é penoso en xeral, embarcados en discursos aprendidos de vello e baleirados de contido (en ocasións, mesmo do seu contido orixinal). Loita de clases, clase obreira, vangarda dos desposuídos, masa… significan o que significan ou o que queren significar?. Xogamos coas palabras até deixalas en signos ocos, e, aínda así, manteñen de seu unha carga simbólica e unha longa sombra do seu significado inicial. Seino, estoume enleando.
Quero dicir que custa traballo desprenderse de certos hábitos (for lingüísticos) aínda cando xa non teñan o mesmo significado que noutro tempo (a súa semántica). Como teñen destacado algúns autores é máis doado separarse da parte da ideoloxía coa que representamos o mundo (as ideas xurídicas, morais, políticas…) que daquela outra que ven dada polos hábitos e costumes. Por iso deberíamos confiar na capacidade para que toda esta xente acabe por mudar a súa ideoloxía no senso máis estrito, aínda que se resistan a cambiar de linguaxe. O problema é cando esa linguaxe arrastra toda unha carga simbólica e semántica da que non sempre somos conscientes. Explícome, para non confundir, non hai nada negativo, a priori, en ideas como a loita de clases, en tanto que antagonismo de intereses, conflito entre colectivos con posicións diferentes na sociedade, con intereses e obxectivos diferentes…tamén na conformación e difusión dun modelo enerxético e non control dos recursos enerxéticos. Ou en falar de clase obreira ou traballadora, do traballo como forma de obter riqueza, fronte a acumulación diñeiraria ou de capital nas súas diferentes formas. Non é a enerxía a capacidade para realizar un traballo?. Traballo e enerxía van da man, non son categorías excluíntes. O problema radica, ao meu entender, no fetichismo das palabras, na súa utilización como unha sorte de ladaíña na que, ao citalas, estaríamos invocando leis supremas ou espíritos sobrenaturais que dan fe da nosa inquebrantábel fe e ortodoxia.
Dito isto, e por máis que nos amole, este problema témolo todos (eu o primeiro), e tamén debemos someternos ao xuízo dos demais, aínda que non o compartamos, e deberíamos aproveitar iso para a reflexión. Quizais poida haber algo errado tamén na nosa argumentación, na forma de nos expresar e quizais o convencemento profundo do problema nos dificulte entender que algo tan visíbel aos nosos ollos non resulte visíbel aos demais. Mais a cegueira deles resulta tan (in)comprensíbel como a nosa. Eles non ven as implicacións profundas do teito do petróleo e nós non vemos as serias dificultades que moitos teñen para se desprender da venda dos ollos, das cadeas das mans… E digo todo isto como exercicio de autoavaliación, enténdaseme ben. E falo sobre todo do comportamento das persoas en xeral, organizacións partidarias aparte.
Non vou dicir eu que non debamos transitar cara unha sociedade post-fosil porque iso sería contradicirme até tal punto que nin me recoñecería, no entanto considero que esa transición é tan complexa que formular a pau seco a necesidade imperiosa de transitar e de que sexa inmediata supón de seu anticipar os desexos á viabilidade de que esa transición se dea dunha forma minimamente ordenada sen crear un caos igualmente inmediata. Por exemplo, cunha poboación mundial que xa en máis dun 50% habita nas urbes, a onde debe transitar?. Ao campo?. Os millóns de persoas que habitan Madrid, a onde e como deben transitar?. O medio millón de persoas que viven na Coruña e Vigo a onde deben e como transitar?. Son estas preguntas que poden facernos e que, sen dúbida, non temos nós a obriga de responder, pero que esixen resposta, e que crean intranquilidade cando non incredulidade entre aqueles que oída a proposta de tránsito se preguntan estas cuestións.
Ábrense as portas do campo…e a terra para o primeiro que chegue e a traballe…e se non hai para todos individualmente?…repártese por grupos?…só para quen poida pagala?…só para quen a recibiu en herdanza?…a lei do máis forte?.
Familia sen herdanza, piso de aluguer, e un salario mísero…debemos pedirlle que non loite por maiores salarios, mesmo para poder realizar o seu tránsito persoal?. Ou debería tirarse ao monte e ocupar as primeiras leiras que se lle poñan a tiro?.
O terríbel dilema que atopo é que hai urxencia do tránsito e urxencia da toma de decisións colectivas, urxencia da construción de redes sociais (non falo das internáuticas, que nin sei se son redes sociais ou só levan a marca), urxencia de construír novos modos de organización política e económica…pero todo isto debe facerse non só urxentemente, senón cando aínda está en pé todo o edificio institucional previo (abaneando pero fincando os pés para non caer, mesmo esmagando aos de abaixo). Hai que construír…pero hai primeiro que destruír o anterior, ou simplemente abandonalo?. E se é abandonalo, hai un plan de emerxencia para saír rapidamente dese edificio sen que nós mesmos acabemos mancados ou manquemos aos demais?. Ou debemos tirarnos a reo polas fiestras e as portas? A que custe?. Priorizamos a saída? As mulleres e os nenos primeiro?.
Quizais o que persoalmente máis me amola da resposta última ao a teu escrito, Manuel, é esa
aseveración de que a esquerda é a vangarda dos desposuídos, ficando estes reducidos á masa. Falo por min, non sei que opinan outros, pero eu non pretendo nin quero ser vangarda de nada. Todo isto finalmente debe ser unha cousa de auténtica democracia, de aprendizaxe mutua, eu fágoche ver o que ti non ves e ti fasme ver o que eu non vexo e así mesmo acabaremos por ver o que ningún dos dous vía antes. E aínda por riba disque a esquerda é vangarda duns desposuídos que son unha masa da que a vangarda debe estar atenta permanentemente e conducila como ovellas porque se a vangarda vai moi a presa pode perdela de vista… Ouh! Seica andamos parvos! Agora convertémonos en elitistas?. Con este pensamento non me estraña que o rabaño desapareza e os bos pastores rematen por ficar sós. E non acabarán de entender que é o que pasou! Quizais pensarán que ían demasiado a presa e que hai que moderar o paso, non vaia ser que as ovellas non saiban por onde transitar. E non será que as ovellas cansaron deses pastores que cren sabelo todo?. E non andarán a procurar un
camiño diferente ao que lle propoñen?. Non estarán cansas de ser pastoreadas?
E non comento a referencia á tecnoloxía porque, Manuel, acho que está perfectamente explicada no teu escrito e simplemente non se entendeu que unha cousa é a falacia tecnolóxica e a crenza cega no poder da tecnoloxía e outra renegar da tecnoloxía. Queda dito por ti, do que hai que fuxir é da mitoloxía da tecnoloxía mao de santo, ou como ti chamas, e moi ben, tecnoloxía taumatúrxica. Da outra, haiche de todo, boa e mala, da que vai para diante e da que vai ceacú.
[…] empezar, en ningún punto de mi artículo propongo que “rechacemos la tecnología”, como da a entender C. Vila. Simplemente advierto […]
Creo que no lo había mencionado, pero en Crisis Energética, donde también se hicieron eco del artículo, hubo interesantes comentarios de los miembros del portal: http://www.crisisenergetica.org/article.php?story=20101225121200220
El autor ignora la primera ley de la termodinámica : la energía no se pierde, se transforma.
Y cita equivocadamente a Marx cuando escribe «… al propio reconocimiento de Marx de que la riqueza proviene en última instancia de la naturaleza… » Para Marx la riqueza es una noción social y es el resultado del trabajo humano.
Curiosa expresión de la 1º Ley de la Termodinámica. Estaría bien que citase en qué texto de referencia aparece así, con el término «perderse». Si es usted propietario de un coche, le sugiero que aplique esa definición tan peculiar que aporta de la 1ª Ley cuando se le acabe el combustible de su depósito.
En cuanto a la cita de Marx, baste leerle directamente o a cualquier ecomarxista. Por citar el propio Marx, véase Karl Marx (1986): El Capital. Crítica de la Economía Política, Tomo I, 423-424, Fondo de Cultura Económica: