Joss Whedon, conocido en medio mundo por ser el creador de Buffy, the Vampire Slayer,
una de las series para jóvenes más dignas que la TV ha dado en años,
nos sorprende con su ópera prima para el cine, continuación de una
serie que la Fox no terminó de emitir. Serenity es un western espacial (hay pocas películas del espacio que no sean en el fondo un western), una especie de Episodio Uno de unas Star Wars donde no hay más monstruos que los propios humanos. (Una interpretación en clave política, de Casdeiro)
Y
es precisamente ahí donde reside el principal mérito de esta película
que construye una crítica feroz contra nuestro propio sistema, contra
el imperialismo y la razón de Estado, y a favor de la Libertad en su
sentido más amplio (lo cual incluiría el sentido que le podría dar un
anarquista, pero también un independentista), y sobre todo de la
libertad de expresión y de prensa. De hecho, podríamos considerar Serenity como un canto al periodismo de guerra.
Pero explicitemos un poco más la directa parábola de Whedon para
quien ya la haya visto y quiera indagar más en su significado y su
extrapolación a nuestro mundo actual (los que no la hayáis visto
todavía no sigáis leyendo: os destriparía demasiadas
cosas del argumento). Para empezar, la Alianza es un trasunto poco
disimulado de los EE.UU., con su formal pero vacío régimen de
instituciones democráticas incluido. Y su pretensión de imponer un modo
de pensar y de vivir, al tiempo que una paz a la fuerza, nos recuerda inmediatamente al imperalismo yanqui, sobre todo en su faceta militar y sus farisaicas justificaciones.
Pero es al final donde la parábola se hace más nítida al centrarse,
cual inquisitiva lupa, sobre un caso, que descubrimos mucho más
relevante y de repercusiones inesperadas: al tratar de pacificar un
planeta (llamémoslo Irak) según su canon imperial, la propia Alianza
(osea, EE.UU.) acaba provocando el exacerbamiento del problema y su
expansión por medio de una raza demente y asesina (los Reavers,
osea los terroristas islámicos). Los héroes de la película acaban por
descubrirlo y decidirán sacrificar sus vidas para revelar la gran
mentira a toda la galaxia por medio de un canal independiente (¿tal vez
descendiente de Internet?). No es casual que según la IMDB la tagline de la película sea… “Can’t stop the signal!”
Así pues, debemos elogiar el valor de Whedon, un estadounidense que
se atreve a acusar (aunque sea por medio de un entretenido cuento
plagado de naves, disparos y luchas) esa política de su propio gobierno que acaba dando alas al integrismo,
al tiempo que homenajea al periodismo libre que no se somete a los
dictados militares y fascistas de la mentira de Estado y lucha por
descubrir las causas ocultas del sufrimiento en nuestro mundo.
Para finalizar esta reseña, no quiero dejar de destacar la
arriesgada defensa que el guionista-director parece hacer en el último
tramo del filme, de la utilización de los propios medios sanguinarios
(significativo el parecido del nombre de la protagonista con el de los
monstruos) generados por el Imperio, para defenderse del terror;
aunque, eso sí, en la película queda claro que sólo es justificable como último recurso y sólo estando en manos del pueblo libre
(la protagonista únicamente al liberarse de su programación mental
decide conscientemente desplegar todo su poder) y no del Estado
totalitario.