La película japonesa Battle Royale, realizada en 2000 y que aún podemos encontrar en muchos videoclubes (además de su continuación Battle Royale 2)
tiene una interesante segunda lectura en clave social y política,
bastante obvia tras su primera lectura como película de acción.
El
planteamiento inicial de esta película, basada en la primera novela de
Takami Koushun, nos sitúa en un futuro muy próximo donde Japón vive una
crisis total con cifras disparadas de desempleo y una juventud
insatisfecha en abierta y permanente revuelta. El gobierno, de la mano
del ejército y el sector más reaccionario del profesorado, impone su
mano dura a la juventud mediante una ley especial conocida con el
nombre de Battle Royale. Esta ley exige que una clase de instituto es elegida al azar cada año para tomar parte en una desquiciada versión gore de Gran Hermano o Supervivientes,
en la cual los alumnos deben competir entre sí matándose unos a otros y
donde la cooperación o la huida se castigan con la muerte.
Con
tal planteamiento, y en medio del constante baño de sangre, salta a la
vista que asistimos a una alegoría de la competitividad a cualquier precio
que rige nuestro mundo. Esta alegoría puede entenderse a dos niveles:
el microeconómico o de pequeña escala, donde los protagonistas no
serían sino trasuntos de cualquier joven víctima de un sistema
educativo ultracompetitivo, del cual saben mucho en el Japón actual o
en los EE.UU. y que cada vez más asoma su obsceno rostro en nuestras
sociedades europeas. O también podrían representar al trabajador
insolidario, que sólo puede buscar su propia supervivencia en el mundo
de la precariedad obligado por el sistema a abandonar e incluso pasar
por encima de sus compañeros para triunfar (triunfar alcanzando el objetivo marcado desde arriba, claro está). Las escenas en flash-back sobre el padre del protagonista, a quien el desempleo aboca al suicidio, apoyarían esta interpretación.
Pero una lectura en clave de escala internacional, nos llevaría a
ver reflejada la mundialización neoliberal. Los participantes en la
macabra prueba serían los países obligados (sin alternativa alguna) a
competir unos contra otros, sirviéndose para ello de los recursos que
aleatoriamente la Naturaleza les ha dado, bajo unas normas impuestas
desde arriba por quienes detentar el poder armado y legal.
La película arriesga en su propuesta alegórica puesto que incluso podemos encontrar representada la opción terrorista
en ese alumno que anhela imitar a su tío (”activista en los años 60? y
que luchaba por un mundo diferente), hackeando los sistemas de control
y construyendo sus bombas caseras con el fin de destruir el instituto,
que aquí simboliza expresamente el Parlamento y de forma más amplia, el
injusto sistema en general.
Pero encontramos también reflejadas otras actitudes que abarcan todo
el espectro social o internacional (según el nivel al que queramos
interpretar el mensaje de la película): los que se rinden y se suicidan
como única vía de escape, los ingenuos que se agrupan como sin pasara
nada para acabar matándose en un arrebato de desconfianza, los
traidores, los que matan por puro miedo a ser matados, los que
aprovechan la coyuntura para sus revanchas, el que ciegamente ataca al
sistema de forma frontal, los que imposiblemente cooperan hasta el
final, los que intentan trasmitir las enseñanzas del luchas pasadas
para encontrar una salida en el presente, el psicópata que disfruta
eliminando a los débiles y atesorando sus recursos (simbolizados por
las armas que son entregadas a cada alumno), etc.
En definitiva, BR
es mucho más que una película, una novela, un manga y un videojuego.
Quizás sea esta una buena forma de hacer llegar ciertos mensajes a los
jóvenes de hoy, si es que aún no están totalmente vaciados de su
capacidad de percibir segundas lecturas en las formas populares de
cultura.