Viendo hoy una noticia escalofriante aparecida en el gratuito 20 minutos, me he decidido a abrir un nuevo frente y ganarme unos cuantos amigos más, bueno, en este caso unas cuantas amigas. Ya hace tiempo que vengo alucinando con el progreso de lo que han venido a denominar lenguaje no sexista, que podríamos englobar en otro invento aún más amplio: el lenguaje políticamente correcto.
Con este post quiero iniciar una serie en la que iré denunciando las aberraciones que a mi entender se están cometiendo en nombre de esta cosa del lenguaje no sexista. Y para empezar atacaré al mismo concepto.
En mi humilde opinión de hombre, seguramente criado en el machismo más absoluto y en el patriarcado más cegador, no cabe hablar de lenguaje sexista o no sexista, porque el sexismo a quien afecta es a las personas. Es ahí donde lo encontramos, por desgracia. Por tanto una palabra o un uso gramatical o semántico no podrá ser sexista, sino que lo que será en todo caso sexista será su uso por parte de personas con mentalidad machista, por ejemplo. Además, el idioma recoge palabras racistas, machistas, y de todos los -ismos imaginables, porque es su función, y no cabe expulsar palabras del diccionario porque no nos gustan lo que expresan: es algo de locos y creo que nos haría un flaco favor.
El delirio al que nos lleva la progresiva aceptación de la hipótesis de que existe un lenguaje sexista (o de que existe sexismo en el lenguaje) nos lleva por un camino absurdo y en mi opinión, socava los cimientos del propio lenguaje, insertando aberraciones como las que comentaré en esta serie y que me permitirán ampliar mi opinión con ejemplos concretos.
Para empezar, tenemos la cada vez más frecuente duplicación de todo nombre o adjetivo plural que tenga dos géneros. Así se parece querer extinguir el género neutro plural, dando por hecho de que es un síntoma o incluso causa de sexismo. ¿Qué ganamos diciendo amigos y amigas cuando antes se englobaban ambos sexos en el neutro amigos? Hay quien llega a decir que los que deberíamos quejarnos somos los varones puesto que no tenemos una forma que distinga cuando el grupo plural sólo está formado por hombres, mientras que las mujeres sí tienen su propia forma plural, diferenciada del neutro común.
Otra razón por la que me parece absurda esta moda de la duplicación o separación (¿la lucha contra el sexismo pasa por separar los sexos en el lenguaje, haciéndonos pensar siempre que por un lado están los hombres y por otro las mujeres, en lugar de unirnos todos en un mismo término compartido?) es que sustituye un supuesto sexismo por otro. Porque me diréis que el hecho de que preceda el amigos al amigas no es machista y absolutamente injusto…
Luego está los que prefieren la terrible arroba, creando engendros impronunciables como amig@s, en el cual también veo un sexismo horripilante, pues la ‘a’ femenina está encerrada por una asfixiante y enorme ‘O’ masculina.
También tenemos la opción ridícula y pedante hasta el extremo, de sustituir por términos sin distinción de género: así dicen progenitores en lugar de padres, personal docente en lugar de profesores, etc. Esto a lo que nos lleva, aparte de hacer los textos cargantes a más no poder, es a la extinción de las palabras proscritas. ¿Ya nunca podremos decir padres porque excluimos a las madres? ¿Ya nunca podremos decir abogados porque excluimos a las abogadas? …¡Dónde vamos a parar!
Creo que esta estrategia de depurar estalistamente el lenguaje de palabras y usos creados por el pueblo y fijados científicamente por los lingüistas, es un gran error, que sólo crea animadversión, molestia, incomprensión, sentido del ridículo ajeno, etc. entre las personas que denostamos el verdadero sexismo, el de las personas y sus acciones, y que dispersa esfuerzos que deberían dirigirse a una educación en valores de toda la sociedad, pero por vías con más sentido y que no destruyan y contaminen el lenguaje con aberraciones ideológicas de laboratorio.
(continuará)